miércoles, 11 de noviembre de 2009

SORIA III

No se privaba de mirar las pantorrillas de las chicas y si estas eran hermosas con más detenimiento y admiración de la be­lleza de las damas. Esto le valió las pullas y fama bastante deteriorada como sacerdote. Para mi era un amigo excelente y mi asesor en cuanto a lecturas.

Volviendo al Sr. Esteban "Severo" a quien le amargábamos más de una vez, pese a que yo le tenía cierta simpatía por el hecho de ser tío de Eulalia; pero unido a los demás yo era uno más en esas gamberradas de “quicenos” por las que todos pasamos.

En la Biblioteca se guardaba silencio pero de vez en cuando se oía un furtivo: “Severo” que a él le sacaba de quicio. Un día Había llovido y Santiago llevaba un paraguas que al entrar se dejaba a la entrada. Terminamos nuestra lectura y nos ­marchamos, cuando bajamos la escalera dimos los gritos de ritual: !Severo! !Severo! !Severo!, inmediatamente Santiago se dió cuenta de que se había dejado el paraguas, pero inmediatamente !también se había dado cuenta el Sr. Esteban y lo había cogido Quién subía por él Nada, había que buscar una solución, estudiar una estratagema, volvemos a la carga y encontramos nuestro talismán en la palabra “Severo”.

Entonces yo inicié mi ofensiva coral o vocal, el Sr. Esteban su ofensiva persecutoria, yo no muy deprisa para que me siguiese con el fin ­de alejarle un poco de la Biblioteca para, en ese momento, subir Santiago, coger el paraguas y largarnos. La operación rescate del paraguas había logrado su objetivo.

Yo, como consecuencia de toda esta serie de circunstancias, sin, poder ni querer ­prescindir de aquel semi-utópico romance con Eulalia, empecé a alternar con Elisa Gallardo, me gustaba y hasta la quería pero de distinta manera que, a Eulalia. Con Elisa todo era más natural, todo, más sencillo, Yo había cumplido los 16 años “recientitos” y Elisa tenía 13. Era bonita, agradable y simpática, pero mi querer no podía ser muy hondo, a pesar de mi mejor voluntad, Y fue la primera chica que besé como se besa a una chica.

Este curso, cuando llegó la fiesta de nuestro Patrón, SantoTomás de Aquino, tampoco entré en fiestas; estas consistían en: ­misa, banquete y baile. Mi padre, un tanto tacaño, no me dejaba participar. Bueno, esta tacañería de mi padre creo que esté justificada, y digo esta, primero, porque como ya he dicho, la sociedad de ahorro de entonces creaba en el sentido del dinero una mentalidad muy distinta a la sociedad de consumo, y par otra parte era, más que demasiado joven, demasiado pequeño y mi padre no lo consideraba oportuno. No obstante me colé en el baile por la ventana del Torapax (antiguo Dancing), pero mi pequeñez no fue tanta como para hacerme invisible y salimos disparados por la puerta, y nunca mejor aplicado el verbo "disparar” lo mismo podía haber sido entrar por la puerta y salir por la ventana ya que la técnica del puntapié del portero era bastante depurada, mi hermana a sus 18 años, vivía una vida muy suya. Prefería que no me pegase yo demasiado, cosa natural. Por otra parte, yo me iba sintiendo cada vez más seguro de mi mismo. Mis relaciones sociales con chicos de ambos sexos eran naturales y abiertas. Gaudi era una joven que, con todo lo que crea la juventud de los años 70 u 80, era de caracteres similares, muy independiente, rebelde, con su espíritu de contradicción, muy "chic", como dirían los de ahora, muy divertida y sociable y sigo opinando que de muy buena, presencia, como lo demuestra el hecho de tener muy buena a­ceptación entre los chicos. En casa no se en­

tendía bien con mi madre, y opino no por mi ­afinidad materna, pero creo que Gaudi en aquella época distaba bastante de ser un buena hija de su madre.

Mi madre iba envejeciendo demasiado deprisa Había trabajado mucho, por otra parte los embarazos y los partos la habían deshecho; una mujer que a los 30 años debía de ser más ancha que larga según nos decía ella, en los momentos de los 60 de edad no llegaba ni con bastante a, 40 kilos Su carácter conservador y tradicional era muy apto para asi­milar las rarezas de persona mayor. Nunca ha­bía sufrido una enfermedad importante sí ha­bía padecido de nervios, en eso también yo ­era hijo suyo, Y no usó nunca gafas y seguía bordando, únicamente el enhebrar la aguja le costaba y muchas veces se lo hacía yo. Pese a todo ello yo creo que era una santa mujer, y quisiera dedicarla mucho más espacio en estas páginas ya que creo que se lo merecía.

Mi tartamudez de tipo nervioso no cedía, y a mi mismo me parecía mentira que ­con aquella tara alternase en el plan que lo hacía. Consecuentemente con esta situación mi padre me llevó a un especialista, que me recetó unas gotas de vigoncal en la primera cucharada de alimento de cada comida; un sello de Tricalmi-Jiménez después de la comida y una ducha de agua fría de madrugada. Esta por no ­tener servicio adecuado para estos menesteres, cosa natural en aquellos tiempos, lo hacía con un jarrón de lavabo, sobre un coción de barro.

Mis padres sentían la natural preo­cupación no sólo en cuanto al momento por mis estudios, que no podían rendir lo que mi es­fuerzo pedía sino que a la larga veíamos to­dos las dificultades para poder ejercer cualquier profesión, y sobre todo la de maestro, para, la que se me veía ya la inclinación.

Por otra parte, yo que era el benjamín de toda la familia era la preocupación constante, pues fui bastante tardío en nacer y en desarrollar.

Gaudi y yo seguíamos chivateándonos, yo de sus novios y ella de mis pitillos, la ­verdad es que no conseguíamos gran cosa, si ­no era disgustar a mi madre, pues mi padre, aunque conservador convencional en política, en lo humano era un auténtico progresista, admitía las cosas como venían, además no necesitaba alterarse para guardarle el adecuado respeto; sin embargo a mi más me pesaba el sufrir de mi madre, que el respeto, a mi padre, por ­grande que este fuese,

Asi hemos llegado al final de mi bachillerato elemental que este año no tuvo reválida y fue curso afortunado en el sentido ­académico ya que fueron las mejores notas del bachiller: un sobresaliente en Historia Universal, tres notables en Algebra, Latín y Li­teratura y un aprobado en Dibujo y no es que fueran brillantes, Pero yo me sentía contento. Como se puede ver era un estudiante corriente y moliente, me gustaba divertirme, me gustaban las chicas y aunque mis notas no le demostraban llegué a adquirir un honorable prestigio, como estudiante.

Siempre fiel a mi quijotesco roman­ce, me gustaba sin embargo, alternar con o­tras chicas. Así los lunes miércoles y viernes teníamos Literatura a las 12 y libre de 11 a 12, hora que, bien fuese por el claustro del Instituto o por la c/ Aduana Vieja si era buen tiempo, Alfaro y yo, y a veces Ronco, nos juntábamos con Angelines Longares, que era una ­compañera encantadora, con Liduvina, con Elvira Lamuedra, Nieves Medrano, Rosita Vallejo o Juanita Sotillos, todas estupendas compañeras como cualquiera otra compañera del Curso, ­pues ya he dicho que las estudiantes de entonces eran bastante antipáticas, con permiso de, las de mi curso que eran una honrosísima excepción, es decir con dos o tres de ellas estudiábamos nuestra lección, de Literatura y además de verdad.

Mi casa estaba junto al Instituto, esta circunstancia, entre otras daba pie a ser el lugar de almacenaje de libros en caso de ­huelgas a las que tan aficionados éramos los estudiantes en tiempos de la República por la sencilla razón de darles la gana. Con este motivo en una huelga de Latín, que además teníamos examen y por lo tanto fuimos preparados a clase de nuestro libro de texto Y del volumi­noso diccionario de Latín de Raimundo de Mguel y decidida a huelga no íbamos a ir con todo ello encima, así que se llevaron a mi casa y se hicieron tres pilas de diccionarios y libros de más de un metro de altura; otras veces era dejarlas guitarras con motivo de ­rondallas, balones, ropa, etc.

Como suceso que pudo ser muy grave, fue que jugando por el Instituto me perseguía Sotero, Que a empollar me ganaba pero a correr no y salí disparado por la puerta en el momen­to que pasaba un coche grande y flamante de ­los recién estrenados por la Guardia Civil y a respetable velocidad, el coche me agarró ­pero con tan buena fortuna que mi carrera iba en, la dirección del coche y cogiéndome por ­detrás me dio con el paragolpes en las cor­vas en el cual me quedé sentado Cuando el coche 1113 después de su gran frenazo paró, el conductor estaba blanco y no sabia cómo reaccionar; no le quedó aliento ni para echarme ­una bronca por supuesto que las estudiantes que estaban allí, dieron un chillido solo com­parable al ¡¡ gol !! del equipo propio en ­un partido de fútbol, pero más chillón que el maullido de gato. Esto sucedía a la vista de los balcones de mi casa.

También este mismo año y en las fiestas de San Juan sufría un nuevo accidente al agarrarme a un coche en San Polo, cosa corrientísima en aquella época, y que al soltarme sufrí un gran revolcón por la fuerza de la inercia y al mismo tiempo fue una hermosa lección, ya que no volví a hacer osten­tación de agilidad en esté sentido.

Viendo mi juventud, confirma mi propia aseveración de que fui bastante tras­to y a fuer de sinceridad, tendré que decir que caía con frecuencia en la práctica del gamberrismo propio de los quincenos. Nuestro paseo por El Collado consistía muchas veces en poner zancadillas a las chicas y molestarlas con empujones, con nuestras carreras atropelladoras; sisar pequeñeces "al pepiniillero, etc. con lo que hacíamos víctimas de nuestras gansadas no solamente a las chicas sino al resto de los tranquilos paseantes. Por otra partte yo era especialista en la emisión ­de "regüeldos" ya que los eruptos nunca alcanzan esa sonoridad, que por los gestos de

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nací el 24 de febrero de 1918 he muerto en 2009 pero esta historia la escribí yo.