domingo, 24 de mayo de 2009

quintanar III

En este sentido a mi padre, en los años 70,­ se le hubiera considerado un gran tacaño, si no se sabe distinguir la sociedad del ahorro de los años 20 con la sociedad de consumo de los 70. Puedo certificar, que mi padre sabía alternar, no tenía vicios, pero era socio ­del café, donde echaba su partida de mus, subastado o tresillo. Conocía gran parte de España y, podría decirse, que fue un pionero del turismo interior. El año 28 llevó a Burgos a mi tía Andrea (la hermana de mi padre de Narros) a ver el famosísimo Circo Krone alemán que estaba considerado como el mejor circo del mundo; el año 29 se fue con mi madre a ver la inauguración de la Exposición Ibero-Americana de Sevilla, donde tuvo ocasión de ver al rey de España Alfonso XIII. ­Otro viaje dio lugar a un anecdótico suceso, fueron mis padres a las fiestas de San Juan a Soria y nosotros Gaudi y yo nos quedamos ­en casa de Manuel el sastre y jugando a "las mamás", yo hacía de enfermo y otro de médico que me visitaba y me recetaba. La farmacia ­era el porrón de vino, entonces me traían la medicinal bebida, que para que la semejanza ­del juego fue se más real me lo traían en ­frascos de distintas medicinas total que agarré la primera “melopea” de mi vida, con el riesgo de una intoxicación, por los frascos de medicinas. Al regreso de Sevilla, mi madre ­tuvo un accidente relativamente grave ya en la ciudad de Soria: y en la plaza de la Leña que en principio atribuimos a sus famosos y citados mareos. Se cayó de la burra y se hizo una brecha en la cabeza, concreta­mente en la nuca, pero afortunadamente, se­ pasó el susto sin grandes complicaciones. Aquellos mareos no dejaban de preocupamos pensando que alguna vez sucediese lo peor.

Otra de las ocupaciones de mi pa­dre no dicha hasta ahora, era la de presta­mista, ocupación no muy bien vista, aunque­ es para reírse de aquellos “elevados intereses" comparados con las pingües ganancias de los negocios de los años 70 u 80 o de las multinacionales, o de los mismos jornales ­de la economía sumergida, sin embargo llevaban fama de judíos; lo cierto es también que, gracias a sus préstamos salieron nego­cios florecientes dentro y fuera de Quintanar que a muchos benefició.

También hubo sus problemas ¿cómo no?, pero estos los percibía yo muy ligera­mente, no era mi edad de problemas. A pesar de todo algo me hace ver en la lejanía de ­los tiempos, que en la política local, había marejada contra los forasteros. El Ayunta­miento daba la suerte de pinos a cada veci­no, siempre que fuese hijo del pueblo o llevase un determinado número de años de residencia y adquiriese la vecindad por algún ­derecho especial, como el de funcionario.

Esto dio lugar a que se creasen dos parti­dos: los nativos y los forasteros. Estos se unieron y exigieron la suerte de pinos, que se la negaba el Ayuntamiento, incluso a los que tenían ya el derecho adquirido, entonces los forasteros e levaron el caso a los ­Tribunales y ganaron el pleito. Lo s nativos seguían teniendo la sartén por el mango y los forasteros, a pesar de ganar el pleito, tuvieron que sufrir una especie de claudicación, pues les dieron lo que habían, tan legalmente ganado, en lo más inaccesible del­ pinar, donde prácticamente no se podían aprovechar. Había un ambiente caciquil, propio ­de pueblos que han rebasado la categoría de aldeas. Como más destacado y antagónico de ­mi familia era el Cachavitas, era natural, ­él era por su posición de comerciante y con­cejal muy influyente y por el momento era el hombre fuerte del grupo indígena y a quien ­en una ocasión tuvo que enfrentarse mi hermano Lucio por escapársele la lengua un tanto injuriosamente hacia mis padres. El líder de los forasteros u oposición, como diríamos ­hoy, era mi padre.

Yo, como todos, iba por aquellos ­años, creciendo y haciéndome mayorcito, aun­que fuese a cámara lenta y haciendo honor a mi apelativo familiar de Felisín. Nacía en ­mi una gran afición a la Geografía; mis ner­vios hacían acto de presencia y era muy charlatán, muy inquieto y muy soñador. Respecto a lo primero, recuerdo que Ticiana en su tosco lenguaje solía decir siempre "haiga" y yo, que también lo decía, hecho un sabeloto­do la decía "se dice haya" unido a esto o­tras intromisiones mías daban lugar a que mi madre exclamase !parece mentira que te cues­te tanto hablar y que hables tanto! Todavía no se me había despertado la vocación turís­tica o al menos no se había manifestado, aunque algo vería mi padre, cuando sin ser el preferido me propuso un viaje a Burgos, al ­que yo renuncié porque encontraba difícil solución a la cuestión de los servicios higiénicos en Burgos, ante mi peregrina oposición hizo mi padre la propuesta a mi hermana que aceptó sin dilación. El calendario me lo ma­nejé pronto muy bien, recordaba perfectamen­te todas las fiestas fiestitas y cumpleaños familiares. Conocía todos los parajes y alrededores del pueblo y me gustaba mucho coger grillos y acederas en el prado.

En Quintanar no faltaban fiestas. Después de Año Nuevo y Reyes venía San Se­bastián, que si bien solo eran fiestas de ­cofradía eran muy ruidosas y animadas y abarcaban a gran parte del pueblo, empalmadas, por lo mucho que se prolongaban las de la cofradía, seguían Las Candelas, San Blas y san Blasito con sus correspondientes apéndices que casi se juntaban con los Carnavales y hartos de bailar llegaba la Cuaresma, más para descanso que para penitencia. En primavera y para estrenar el mes de mayo se celebraba la Romería a la Virgen de Revenga, ermita que equidistaba de los tres pueblos del mayorazgo Quintanar, Canicosa y Regumiel que se turnaban para la organización y celebración de la fiesta. Era una romería concurridísima pese a los rudimentarios medios ­de comunicación de la época y la situación aislada de las carreteras importantes, no ­era raro ver gente de Bilbao, Madrid, Zara­goza, etc., aparte de la concurrencia del ­contorno y de las ciudades y provincias de Burgos y Soria. Posteriormente por la habi­tual inclemencia del tiempo en esas fechas en la Sierra se trasladó la fiesta al últi­mo domingo de Mayo. Las fiestas de verano eran San Cristóbal, el patrón titular de la­ parroquia y del pueblo y otra fiesta que, con pujos de feria, también era muy anima­da, podríamos decir que la fiesta de los ­veraneantes, que siempre los tuvo Quintanar era la de Santiago, a esto ni que decir tiene, que se sumaban las muchas fiestas que ­entonces había religiosas y nacionales, co­mo detalle diré que se celebraba el Santo y el cumpleaños del Rey y fiestas nacionales de acontecimientos centenarios.

Los alrededores del pueblo son muy atractivos en verano. Su belleza natural in­vita a subir a las lagunas Negra y de Urbión, a Fuente Sanza, nacimiento del Arlanza, a la piscifactoría, al Pico de Urbión, etc. Los ­caminos por aquella época eran solo posibles transitarles en caballerías y en el “cochecito de San Fernando”. Estando nosotros allí; por el año 28 se organizó una excursión-escalada a la Laguna Negra. Íbamos la mayor par­te de los funcionarios y algún guía conoce­dor del terreno. Se preparó comida y un con­voy de caballos y mulos. Un episodio para el relato fue que, concediéndome mi padre el capricho de montar a caballo, nos dejó uno, para mi hermana y para mí. Yo a mis 9 años quería presumir de jinete y llevar yo solo el caballo. Íbamos por el Collado arriba cuando sucedió un pequeño percance, pequeño visto a lo largo de medio siglo; embebido en mi infantil vanidad !no era yo nadie conduciendo mi montura! Cuando pasando junto a un pino ­que tenía una rama horizontal a la altura de mi cuello, entonces mi azoramiento ante una cosa tan inesperada, mi falta de pericia y lo espontáneo de la situación hizo que fuésemos derribados, aunque no caímos al suelo, gracias a la agilidad de mi padre. Ya en la Laguna Negra admiramos su belleza natural y desde la Cumbre de su ladera frontal 0bservamos con unos prismáticos la provincia de ­Soria y puedo decir que aquí nació mi voca­ción turística, aunque podría decir que es­to ya lo llevaba en la sangre heredado de ­mi padre.

Vamos terminando la tercera década del siglo XX; los años 20, los tiempos del cuplé, los del soldadito español, los de la Java, los de la habanera, el tango, los colores de la banderita española; al finalizar la década que celebrarán esas dos maravillosas exposiciones; la Internacional de Barcelona y la Ibero-Americana de villa, manifestaciones de la pujanza del resurgir español y termina la Dictadura de Primo de Ribera.

Un acontecimiento familiar abre los años 30. El día 9 de julio de 1.930 con­trae matrimonio mi hermano Lucio con mi cuñada Carmen en la Iglesia de San Lesmes de Burgos. Carmen era también maestra, aunque no había ejercido nunca, había nacido en Orbaneja del Castillo (Burgos), tiene un año más que mi hermano. En principio es una joven a­graciada, tímida, sencilla, guapa y agradable. Así vi yo Burgos por primera vez, aquel Burgos de los 30.000 habitantes, que tenía ­las escombreras de la ciudad en lo que hoy ­ocupa el Hotel Condestable y el Gobierno Ci­vil actual. Los cuarteles estaban fuera de la ciudad, hoy es una bellísima y céntrica zona residencial. Mi hermano ejercía, a la sazón, en Zangandez, pequeño pueblo de menos de 10 vecinos del partido de Villarcayo y próximo Trespaderne y Frías y­ en la boda hizo de testigo eclesiástico y bendijo la unión matrimonial D. Remigio, cu­ra de Zangandez, joven y muy amigo de Lucio. El banquete se celebró en el Hotel Ávila.

A pesar de que Lucio era hermano de padre, que por estudios y mili no hubiésemos tenido mucha convivencia, siempre nos hemos sentido auténticos hermanos. Mi madre nunca­ hizo distinción entre los tres hermanos, si no eran aquellos mimitos que mi madre tenía con el pequeño...

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nací el 24 de febrero de 1918 he muerto en 2009 pero esta historia la escribí yo.