(15 septiembre 1.930 a 20 de mayo 1.931)
Nueva vida. Cambio de tercio. Me llevó mi padre en septiembre del 30, tenía 12 años y me quedé con esa nostalgia, con esa pena, con esa morriña del benjamín de la casa, era la primera vez que me despegaba formalmente de las faldas de mi madre; pero no me fue tan difícil adaptarme al internado, además el haber otros dos más de Quintanar, era sentirse más seguro. El Colegio era de los más prestigiosos en aquella época, teníamos las clases, comedor y capilla abajo y los dormitorios y lavabos arriba, Éramos 20 internos, pertenecientes a tres cursos de bachiller que era lo que podíamos estudiar en Aranda y un número indeterminado de externos pero sí muchos más que internos. Asistíamos a clase al Instituto que estaba en el nº 11 de una calle Céntrica y antigua era un caserón viejo y feo, sencillamente dos o tres viviendas de una casa habilitada para Instituto de 2ª Enseñanza.
Aranda en el año 30 era un pueblo de cerca de 7.000 habitantes. No es que fuese bonito, pero tenía aires de ciudad con su Instituto, sus colegios del Sagrado Corazón y de María, que era el nuestro y el de la Vera Cruz, que era de chicas; su situación en la carretera general, sus ferias y mercados, sus hoteles, su plaza mayor nada con su monumento a Arias Miranda delante de mi colegio, con su artística y monumental Iglesia de Santa María con fachada de Juan de Colonia, el Duero, La Virgen de las Viñas, etc. todo ello le daba solera, pronto me sentí un arandino más.
El internado no me pesaba, me sentía más personalizado fuera de las faldas de mi madre y hermana a las que tan apegado estaba, se despertaron en mí nuevas aficiones, descubrí nuevas aptitudes, y vi fortificada mi fe con un nuevo manantial. La convivencia en el convento, diríamos mejor que fortificada, más panorámica, de más horizontes.
Los 26 internos dormíamos en un gran dormitorio colectivo. Nos acostábamos a las 10, y media y nos levantábamos a las 8 de la mañana. Yo dormía en el centro del dormitorio y junto a mi cama tenía la llave de la única luz que quedaba encendida durante toda la noche a título de piloto. Yo era bastante trasto y de los que más de una noche alteraba el riguroso orden del internado, hasta el punto de tener que separarme, con el tiempo, de los durmientes o acostantes vecinos. De los tres cursos que formábamos el grupo de internos, la mayor parte éramos de 1º. Allí estábamos los tres serranos; Delfín Bartolomé que estudiaba 3º, Heliodoro Medrano, alias el "Nene", apodo heredado, a pesar de ser un chicarrón, también le llamábamos el "Lenteja" porque tenía una en la frente, que según lo aceptado por el vulgo era un "antojo" de su madre durante su embarazo; tenía la nariz aguileña y torcida, los dientes grandes y "ratonados”, a pesar de todo era un chico agradable y de muy buena presencia y por supuesto un buen compañero. Otros internos eran los Hnos. Hermida Velasco que estudiaban, Carlos 2º curso y Fernando 1º eran hijos del médico de Hontoria de Valdearados y Carlos sobre todo, era un compañero que todos apreciábamos, pues era el más fuerte del colegio, además bueno y noble, me hace recordar a "Garrón" el del libro “Corazón” de E. de Amicis.
Otros eran los Hnos. Campos de la Morena, Leoncio estudiaba 1º, era un chico tranquilo, y que no se hizo viejo ya que fue otra de las víctimas de la Guerra Civil. Su hermano Eutiquiano iba oyente a 1º, más movido y más abierto que Leoncio. Era un “fua qui olin”, que era su dicho, cuando el aparato digestivo no era lo debidamente discreto; eran de Peñalba de San Esteban (Soria); otro era Ángel Culadrillero Cordón de 1º, era hijo de la Maestra de San Martín de Rubiales, el más señorito del colegio, pero como los anteriores muy buen chico y así podría seguir con otros más.
A estos compañeros de casa, añadiré alguno de los del curso del Instituto: José Crespo Córdoba, mi compañero de mesa, hijo de un oficial de telégrafos, vivían muy desahogadamente, tenía una estupenda máquina de cine, una cosa fuera de serie para aquellos tiempos y hasta para ahora. Delante de nosotros se situaban Cuadrillero con Restituto un chicarrón de características similares a las de Carlos Hermida, otro compañero arandino era José Luis buena amistad del profesor de Francés. En el curso éramos 17: 10 chicos y 7 chicas. Entre éstas podríamos citar a Adela la mayor, más responsable, estudiosa, guapa y formal; pero la más compañera mía, era Liduvina López Vicente. Ésta hizo el ingreso conmigo en Soria, el 1º en Aranda y cuando fui a Soria a continuar el bachiler a partir de 2º, allí me la encontré de nuevo y juntos terminamos el Bachillerato. Era una chica alta, muy delgada y de mi edad.
De los Padres del Colegio diré que nunca supe los que había en el Convento. A nuestro cargo y para nuestros estudios solo había 3: el P. Ripa daba clase a los de 1º, tenía unos 27 años, navarro de Miranda de Arga y muy bueno. Nos contaba amenas narraciones de las misiones en África y no recuerdo haberle visto enfadado; el P. Corral daba clase a los de 2º y era el "sargento de Semana”, no es que fuese malo, pero “sacudía el polvo” que era un primor y lo mismo en clase que en el recreo que en el dormitorio, era alto, de unos 35 años y con una calva bastante pronunciada para su edad, por último estaba el P. Mateo, tutor de 3º y bastante mayor, alrededor de 50 años, bajo de estatura y muy expresivo.
Entre los profesores del Instituto teníamos a D. Valentín Plaza, director del Instituto y profesor de Matemáticas, muy alto, mayor y con una nevada barba y de modales muy finos. D. Aurelio Romo profesor de Lengua, nos daba Terminología, era el más joven y escritor sobre sus materias y en colaboración con otros autores. D. Fermín, sacerdote, nos daba Religión. D. Antonio Gelabert de Geografía, y D. Félix Cueto profesor de Francés y también sacerdote, enérgico y exigente de edad madura.
Estos eran los compañeros y profesores que juntos con otros que no cito por fallo de la memoria a través de tantos años y que integraban mi mundo de los 13 años y a los que he tenido sumo gusto presentar en estos apuntes.
Pues bien, descubierto ya mi mundo, veamos como se desarrollaba mi vida en aquel entorno. Ratifico que, efectivamente el internado, el Instituto y Aranda los encajé pronto y bien.
El horario de los días de hacer era tan monótono como puede suponerse, pero con el saborcillo del orden; nos levantábamos a las 8, aseo rápido, misa diaria, donde ayudábamos algunos por semanas, desayunábamos e ir al Instituto. Después de comer, un descanso hasta las tres y a las 4 salíamos al patio y al gimnasio que había en el patio grande; jugábamos al futbol, hacíamos gimnasia de aparatos o corríamos a placer, hasta la hora de la merienda. A las 7 y hasta las 9 era la hora de estudio, a las 9 cena, oración y a la cama. La oración de la noche la rezábamos en común en la clase de2º. Los sábados eran días de trabajo completo, allí no se conocían los fines de semana. Nosotros teníamos una hora más de clase que consistía en la clase de repaso de 8 a 9 que la dábamos en el Instituto. Con esta clasecita adquirí el viciejo de al regreso hacia el Convento entraba en la pastelería Hacinas en la Plaza Mayor y me compraba un pastel que me costaba 15 cts. Los domingos y fiestas los P.F. nos llevaban de paseo a las orillas del Duero arriba o abajo, pues en ambos sentidos había sus playitas, aunque nunca nos bañábamos, también es cierto que no era tiempo de baño. Nos llevábamos balones y algunos días las bicicletas que teníamos en el Colegio. Otro paraje muy visitado era la zona de
En el Instituto, tampoco se pasaba mal. Ya he dicho que con el profesor de Francés había caído bien por el mero hecho de llamarnos los dos Félix y eso que el primer día me tiro una buena indirecta por una postura incorrecta, porque además de enérgico y exigente era un consumado satírico y un solemne guasón. Todo esto fue así: entramos en la clase y mientras empezábamos nos pusimos “cómodos", yo por ejemplo me puse de medio lado y con la cabeza ladeada y apoyada en la mano izquierda, entonces él en vez de corregirme directamente, me dijo: "qué bien se está así"- y al misimo tiempo se ponía él mismo en la misma postura que yo, y como yo ingenuamente no cayese en su guasa, él siguió hasta conseguir ponerme colorado, yo no sé si como un tomate, porque no me vi, pero sí me quedé más corrido que una mona.
Pasaron anodinamente las vacaciones. El principio fue, si se quiere, un tanto anecdótico si se puede llamar así, La novedad de ver ¡un chico montado en una bicicleta! Esto era asombroso entonces, verle a él solo y por la carretera, todos los viajeros del coche de línea al llegar a Palacios nos volcamos sobre las ventanillas.
Si al principio de vacaciones tuve esta intranscendente anécdota el final también tuvo su sabor anecdótico. El regreso, en lugar de volver directamente por Salas a Aranda, a propuesta de Delfín nos fuimos por Lema con su hermano Vicente que tenía que llevar un camión de madera a Valladolid; en Lerma cogeriamos el "Lancia" o coches de línea de Burgos a Madrid y así lo aceptó mi padre. Hasta ahora todo es normal, pero en las ,cercanías de Lerma, nos pitaba insistentemente un co-che, Que intentaba pasarnos, al que desde, luego no oímos con el ronco motor de nuestro vetusto camión, propio de aquellos tiempos, la carretera era estrecha. Por fin pudo pasar sin darle paso, se puso delante y paró el camión. !Era el Ministro de
Y el tercer gran acontecimiento familiar, fue el traslado de mi familia a Soria. Fueron unos días apretados y llenos de emociones y alegrías y también dudas- porque estos tres importantes acontecimientos habían ocurrido en el breve lapso de 4 días aunque por correspondencia se estirase a una semana larga. Cronológicamente fueron el día 11 de abril el nacimiento de José Luis, el día 14 la proclamación de
Llegó Semana Santa y a pasarla a
Regresé a Aranda para terminar el curso y ya pocas novedades quedaban que citar. En cuanto a asignaturas hubo cambios, algunos debido s al cambio de régimen político.
Uno fue que
Don Valentín Plaza, Profesor-rector de Matemáticas en una de las últimas clases del curso, me sacó al estrado. Estuve bastante bien y a pesar de lo alto que era él, tuvo para mi el siguiente elogio: "muy bien, los hombres no se miden por la talla". También D. Félix Cueto, el profesor de francés acabó el curso con un gesto de simpatía hacia mí el día que iba a firmar las notas. No existía la nota de Notable, sino que tenía que ser suspenso, aprobado o sobresaliente y me preguntó que Qué nota Quería. Yo, pese a nuestra recíproca simpatía le tenía mucho respeto y contesté tímidamente: "lo que usted quiera" y me dio un sobresaliente y objetivamente pienso que merecidamente, ya que aquella simpatía había sido para mi un estupendo estímulo para estudiar la asignatura muy a gusto y creo que estudié el Francés con un gran entusiasmo. Recordemos mi entusiasmo e ilusión de Semana Santa, cuando me sentía con ganas de preparar y enseñar Francés a mi hermano de leche Roberto, en
Y con todo mi primer curso aprobado y mi sobresaliente en .francés, terminé felizmente mi primer curso de Bachiller y dejé Aranda de Duero, para dirigirme a mi nueva residencia. Hice el viaje solito "como un hombre", transbordé en San Esteban de Gormaz y llegué a SORIA.