domingo, 21 de junio de 2009

CAPITULO III - ARANDA DE DUERO

ARANDA DUERO
(15 septiembre 1.930 a 20 de mayo 1.931)

Nueva vida. Cambio de tercio. Me llevó mi padre en septiembre del 30, tenía 12 años y me quedé con esa­ nostalgia, con esa pena, con esa morriña del benjamín de la casa, era la primera vez que me despegaba formalmente de las faldas de mi madre; pero no me fue tan difícil adaptarme al internado, además el haber otros dos más de Quintanar, era sentirse más seguro. El Colegio era de los más prestigiosos en aquella época, teníamos las clases, comedor y capilla abajo y los dormitorios y lavabos arriba, É­ramos 20 internos, pertenecientes a tres cursos de bachiller que era lo que podíamos estudiar en Aranda y un número indeterminado ­de externos pero sí muchos más que internos. Asistíamos a clase al Instituto que estaba en el nº 11 de una calle Céntrica y antigua era un caserón viejo y feo, sencillamente dos o tres viviendas de una casa habilitada para Instituto de 2ª Enseñanza.

Aranda en el año 30 era un pueblo de cerca de 7.000 habitantes. No es que fuese bonito, pero tenía aires de ciudad con su Instituto, sus colegios del Sagrado Corazón­ y de María, que era el nuestro y el de la Vera Cruz, que era de chicas; su situación en la carretera general, sus ferias y mercados, sus hoteles, su plaza mayor nada con su monumento a Arias Miranda delante de mi colegio, con su artística y monumental Iglesia de Santa María con fachada de Juan de Colonia, el Duero, La Virgen de las Viñas, etc. todo ello le daba solera, pronto me sentí un arandino más.

El internado no me pesaba, me sentía más personalizado fuera de las faldas de mi madre y hermana a las que tan apegado estaba, se despertaron en mí nuevas aficiones, descubrí nuevas aptitudes, y vi fortificada mi fe con ­un nuevo manantial. La convivencia en el con­vento, diríamos mejor que fortificada, más pa­norámica, de más horizontes.

Los 26 internos dormíamos en un gran dormitorio colectivo. Nos acostábamos a las 10, y media y nos levantábamos a las 8 de la maña­na. Yo dormía en el centro del dormitorio y ­junto a mi cama tenía la llave de la única luz que quedaba encendida durante toda la noche a título de piloto. Yo era bastante trasto y de los que más de una noche alteraba el riguroso orden del internado, hasta el punto de tener ­que separarme, con el tiempo, de los durmien­tes o acostantes vecinos. De los tres cursos que formábamos el grupo de internos, la mayor parte éramos de 1º. Allí estábamos los tres serranos; Delfín Bartolomé que estudiaba 3º, Heliodoro Medrano, alias el "Nene", apodo heredado, a pesar de ser un­ chicarrón, también le llamábamos el "Lenteja" porque tenía una en la frente, que según lo a­ceptado por el vulgo era un "antojo" de su madre durante su embarazo; tenía la nariz aguileña y torcida, los dientes grandes y "ratonados”, a pesar de todo era un chico agradable y de muy buena presencia y por supuesto un buen compañero. Otros internos eran los Hnos. Hermida Velasco que estudiaban, Carlos 2º curso y Fernando 1º eran hijos del médico de Hontoria de Valdearados y Carlos sobre todo, era un compañero que todos apreciábamos, pues era el más fuerte del colegio, además bueno y noble, me hace recor­dar a "Garrón" el del libro “Corazón” de E. de Amicis.

Otros eran los Hnos. Campos de la Morena, Leoncio estudiaba 1º, era un chico tranquilo, y que no se hizo viejo ya que fue otra de las víctimas de la Guerra Civil. Su hermano Eutiquiano iba oyente a 1º, más movi­do y más abierto que Leoncio. Era un “fua qui olin”, que era su dicho, cuando el apa­rato digestivo no era lo debidamente discreto; eran de Peñalba de San Esteban (Soria); ­otro era Ángel Culadrillero Cordón de 1º, era hijo de la Maestra de San Martín de Rubiales, el más señorito del colegio, pero como los anteriores muy buen chico y así podría seguir con otros más.

A estos compañeros de casa, añadiré alguno de los del curso del Instituto: ­José Crespo Córdoba, mi compañero de mesa, hijo de un oficial de telégrafos, vivían muy desahogadamente, tenía una estupenda máquina de cine, una cosa fuera de serie para aquellos tiempos y hasta para ahora. Delante de nosotros se situaban Cuadrillero con Restituto un chicarrón de características ­similares a las de Carlos Hermida, otro compañero arandino era José Luis buena amistad del profesor de Francés. En el curso éramos 17: 10 chicos y 7 chicas. Entre éstas podríamos citar a­ Adela la mayor, más responsable, estudiosa, guapa y formal; pero la más compañera mía, era Liduvina López Vicente. Ésta hizo el ingreso conmigo en Soria, el 1º en Aranda y ­cuando fui a Soria a continuar el bachiler a partir de 2º, allí me la encontré de nue­vo y juntos terminamos el Bachillerato. Era una chica alta, muy delgada y de mi edad.

De los Padres del Colegio diré que nunca supe los que había en el Convento. A nuestro cargo y para nuestros estudios so­lo había 3: el P. Ripa daba clase a los de 1º, tenía unos 27 años, navarro de Miranda de Arga y muy bueno. Nos contaba amenas narraciones de las misiones en África y no ­recuerdo haberle visto enfadado; el P. Co­rral daba clase a los de 2º y era el "sar­gento de Semana”, no es que fuese malo, pero “sacudía el polvo” que era un primor y lo mismo en clase que en el recreo que en­ el dormitorio, era alto, de unos 35 años y con una calva bastante pronunciada para su edad, por último estaba el P. Mateo, tutor de 3º y bastante mayor, alrededor de 50 a­ños, bajo de estatura y muy expresivo.

Entre los profesores del Instituto teníamos a D. Valentín Plaza, director del Instituto y profesor de Matemáticas, muy alto, mayor y con una nevada barba y de modales muy finos. D. Aurelio Romo pro­fesor de Lengua, nos daba Terminología, era el más joven y escritor sobre sus materias y en colaboración con otros autores. D. Fermín, sacerdote, nos daba Religión. D. Antonio Gelabert de Geografía, y D. Félix Cueto profesor de Francés y también sacerdote, enérgico y exigente de edad madura.
Estos eran los compañeros y pro­fesores que juntos con otros que no cito ­por fallo de la memoria a través de tantos años y que integraban mi mundo de los 13 a­ños y a los que he tenido sumo gusto presentar en estos apuntes.

Pues bien, descubierto ya mi mundo, veamos como se desarrollaba mi vida en aquel entorno. Ratifico que, efectivamente el internado, el Instituto y Aranda los en­cajé pronto y bien.

El horario de los días de hacer era tan monótono como puede suponerse, pero con el saborcillo del orden; nos levantába­mos a las 8, aseo rápido, misa diaria, don­de ayudábamos algunos por semanas, desayunábamos e ir al Instituto. Después de comer, un descanso hasta las tres y a las 4 salía­mos al patio y al gimnasio que había en el­ patio grande; jugábamos al futbol, hacíamos gimnasia de aparatos o corríamos a placer, hasta la hora de la merienda. A las 7 y hasta las 9 era la hora de estudio, a las 9 cena, oración y a la cama. La oración de la noche la rezábamos en común en la clase de2º. Los sábados eran días de trabajo completo, allí no se conocían los fines de semana. Nosotros teníamos una hora más de clase que consistía en la clase de repaso de 8 a 9 que la dábamos en el Instituto. Con esta clase­cita adquirí el viciejo de al regreso hacia el Convento entraba en la pastelería Hacinas en la Plaza Mayor y me compraba un pastel ­que me costaba 15 cts. Los domingos y fies­tas los P.F. nos llevaban de paseo a las orillas del Duero arriba o abajo, pues en ambos sentidos había sus playitas, aunque nunca nos bañábamos, también es cierto que no­ era tiempo de baño. Nos llevábamos balones y algunos días las bicicletas que teníamos en el Colegio. Otro paraje muy visitado era la zona de la Virgen de las Viñas, en la carretera de Burgos.

Yo tenía especial predilección por el gimnasio e incluso por la Ed. Física. Pasaba mis buenos ratos en las escaleras horizontal e inclinada, las anillas, la pértiga, la trepa en cuerda lisa y de nudos, todo ello se me daba bien, incluso la lucha libre. He­liodoro era mucho más fuerte que yo, pero ­siempre nos estábamos peleando, solía vencer él, pero yo no claudicaba y eran combates ­que a mi me gustaban y sobre todo !cuánto me crecía, cuando le vencía yo! porque había de todo. Sin embargo, la bici, no había medio, no conseguí montarla, yo lo veía dificilísi­mo y como siempre, en estos casos, eran mis nervios los que siempre me traicionaban. Si el día estaba malo, sobre todo en lnvierno, no salíamos y jugábamos a la lotería u otros juegos. Los días festivos, después de venir de paseo, merendábamos e íbamos al cine, que lo teníamos en el mismo colegio. Por supues­to, que el cine era mudo. Las películas que ­más me gustaban eran las de Willán Duncan y las de Tomasín. En los paseos lo pasábamos muy bien, corriendo, jugando y hasta practi­cando actividades que a veces nos hacían sentirnos algo de verdad. En cierta ocasión, nos llegamos a creer que podíamos haber cogido una liebre de las de verdad. Los domingos por la tarde, solía ir un churrero a la puerta ­del colegio a quien comprábamos churros a 5 cts. unidad ¡¡pero qué churros!!

La primera gran fiesta del colegio fue la del entonces todavía, Beato Antonio Mª Claret, fundador de la Orden del Sagrado Corazón de María o Claretianos, el 23 de oc­tubre. Tuvimos extraordinario en todas las comidas, empezando por el desayuno que consistió en una hermosa taza de chocolate con pastas y un vaso de leche, fue un día que como todas las fiestas grandes dejan un agradable recuerdo en los chicos.

Entre las bromas y trampillas que hacíamos, una era empalmar un cable desde ­el enchufe a un picaporte, se le llamaba al presunto yíctima que recibía el consiguien­te calambrazo con el jolgorio de los demás. En el comedor, clandestinamente, cambiába­mos los huevos fritos por el postre, según los gustos de cada uno, y generalmente mientras comíamos había un lector, para lo que­ nos marcaban un turno. Los recreos cortos ­los pasábamos en las mismas clases o en el patio pequeño o en una sala que era un poco de todo; museo, cuarto de estar, trastera y hasta clase. Allí había un mapa de España, en piezas metálicas. Este era mi juguete preferido y aunque yo era el más pequeño de los internos, en estatura, y además de los más ­jóvenes, era yo el que me divertía enseñán­doles a armar el mapa a todo el que iba a aquella habitación, y así transcurrió el tiempo hasta Navidades.

En el Instituto, tampoco se pasaba mal. Ya he dicho que con el profesor de Francés había caído bien por el mero hecho de llamarnos los dos Félix y eso que el primer día me tiro una buena indirecta por una postura incorrecta, porque además de enérgico y exigente era un consumado satírico y un solemne guasón. Todo esto fue así: entramos en la clase y mientras empezábamos nos pusimos “cómodos", yo por ejemplo me puse de medio lado y con la cabeza ladeada y apoya­da en la mano izquierda, entonces él en vez de corregirme directamente, me dijo: "qué ­bien se está así"- y al misimo tiempo se po­nía él mismo en la misma postura que yo, y como yo ingenuamente no cayese en su guasa, él siguió hasta conseguir ponerme colorado, yo no sé si como un tomate, porque no me vi, pero sí me quedé más corrido que una mona.

Yo no sabía todavía como se llamaba. Poco después dijo que iba a pasar lista para irnos cociendo. Para cada uno que nombraba tenía u­na frase o se fijaba bien. Al llegar a mi, me dijo la consabida frase: "tu nombre ya no se me olvida", yo no sabía por qué lo decía y hasta pensaba en la indirecta anterior. Al finaI todo esto se tradujo en una recíproca simpatía se olvido lo primero y tomó cuerpo lo se­gundo. Todo esto por el mero hecho de llamar­nos los dos Félix. Cuando ya me fue conociendo me llamaba con su guasa correspondiente: Fefélix, no es que me hiciese mucha gracia, pero era su forma de ser y su simpatía hacia mí era manifiesta, me preguntaba con mucha ­frecuencia y este preguntar y ,esta simpatía hacían que yo estudiase muy bien el Francés.

Así llegaron las vacaciones de Na­vidad y volvimos los tres serranos a Quinta­nar, que después de mi primer trimestre de ­internado las vacaciones fueron muy caseras, y pasaron tangencialmente. Cierto es que la Sierra se brindaba para ese caserismo navi­deño, ya que el verdadero goce serrano y el placer de la Naturaleza era en verano.

Pasaron anodinamente las vacacio­nes. El principio fue, si se quiere, un tanto anecdótico si se puede llamar así, La novedad de ver ¡un chico montado en una bicicleta! Esto era asombroso entonces, verle a él solo y por la carretera, todos los via­jeros del coche de línea al llegar a Pala­cios nos volcamos sobre las ventanillas.

Si al principio de vacaciones tuve esta in­transcendente anécdota el final también tuvo su sabor anecdótico. El regreso, en lugar de volver directamente por Salas a Aranda, a propuesta de Delfín nos fuimos por Lema con su hermano Vicente que tenía que llevar un ­camión de madera a Valladolid; en Lerma cogeriamos el "Lancia" o coches de línea de Burgos a Madrid y así lo aceptó mi padre. Hasta ahora todo es normal, pero en las ,cercanías de Lerma, nos pitaba insistentemente un co-che, Que intentaba pasarnos, al que desde, luego no oímos con el ronco motor de nuestro vetusto camión, propio de aquellos tiempos, la carretera era estrecha. Por fin pudo pa­sar sin darle paso, se puso delante y paró ­el camión. !Era el Ministro de la Gobernación! que venía de Silos. ¿Que pasó? No lo sé; tomaron nota y yo ignoro lo que sucedió después. ­Llegamos a Lerma, y es aquí donde lo anecdó­tico se hace realidad, para los demás intranscendente, pero a nivel personal marca un hito importante en mi vida. Pues bien, como los­ "grandes" nos alojamos en el Hotel Madrid, ­para una sola comida, y a propuesta de Del­fín, que por algo era el mayor, compramos un paquete de cigarrillos ¡emboquillados! Que nos costó el paquete una peseta, era de lo ­más elegante de la época, y claro es, si lo compramos era para fumar y así me fumé el primer pitillo de mi vida, Que fue la raíz ­de un arraigado y pertinaz vicio que así lo adquirí. Eran las 11,30 de la mañana del día 7 de enero de 1.931, a los 12 años, 10 meses y .14 días de edad. con un pe so de 27 kgs. y 1,26 m. de altura, cuando yo me paseaba con mi primer pitillo por la acera de la calzada frente al Hotel Madrid como "un gran señor", y cuando no llevaba ni la mitad de aquel pi­tillo que iba fumando y escondiendo furtiva­mente entre las manos pasó un señor junto a mi y al. notar mi azoramiento me dijo: "Cuida niño que por ahí viene tu papá". Mi reacción fue tirar inmediatamente el cigarrillo que ­no sería el único sino el primero de los mi­les que habían de venir después. Esta es sencilla y verazmente la historia de mi primer pitillo.

Por la tarde llegamos a Aranda, seguí haciendo la misma vida, un poco cambiada porque ahora ya me metía alguna vez a los servicios para quemar algún pitillo furtivo.

Esta época de Aranda coincidió con los gobiernos provisionales de Berenguer y Aznar, comprendidos entre la Dictadura y el advenimiento de la 2ª República. Durante este primer curso, el 12 de diciembre del año 30 ocurrió la sublevación de los capitanes ­Galán y García Hernández en Jaca. Todo ello presagiaba la inestabilidad política, un malestar social y una desconfianza en nuestras instituciones. Era también la época de anti­guas glorias deportivas. Todos recordamos a aquel gran portero Ricardo Zamora, a aquellos formidables defensas Ciríaco y Quincoces, a Regueiro a Samitier, a Láncara, al boxeador Uzcudun, al torero Marcial y tantos y tantos más que no voy a incluir en mis apuntes au­tobiográficos, pero que se ve que también entonces teníamos nuestros “ídolos".

Pasa el tiempo y todavía tenían que, suceder tres hechos transcendentales, dos a nivel familiar y uno a nivel nacional primero, fue el nacimiento del sobrino primogénito. Un día me entrega el P. Corral una carta y serio pero con un gesto interesante me dice: “Toma esta carta, no sé si ha habido aumento o disminución en tu familia". Había nacido Jo sé Luis en Cabalar-Capela, parroquia de Las Nieves (La Coruña). La carta me llegó con un retraso conventual. Lucio ­tenía una letra preciosa y antes de entre­gármela pasó por muchas manos de padres admiradores de la letra. Otro acontecimiento importantísimo, fue la proclamación de la ­República en España. Los P.F. no nos tenían muy al corriente, no era ocultación, era ­nuestra edad y algo la mentalidad de enton­ces, y el día 14 de abril cuando salíamos ­del Colegio para el Instituto vi ondear por primera vez en la fachada de. Correos, que ­estaba frente al Colegio la bandera tricolor. ¡Qué pena me dio! Volvimos enseguida porque no había clase y pronto cundió entre noso­tros el temor o incluso el pánico a creer que los republicanos iban a matar a los cu­ras y a los frailes y que iban a quemar los conventos, fueron unos días de angustia que pronto pasaron. Yo, no sé por qué, sentía­ una gran simpatía por el rey destronado Al­fonso XIII. Como consecuencia no aceptaba­ el nuevo sistema.

Y el tercer gran acontecimiento ­familiar, fue el traslado de mi familia a Soria. Fueron unos días apretados y llenos de emociones y alegrías y también dudas- porque estos tres importantes acontecimientos habían ocurrido en el breve lapso de 4 días aunque por correspondencia se estirase a una semana larga. Cronológicamente fueron el día 11 de abril el nacimiento de José ­Luis, el día 14 la proclamación de la República y el decía 15 nuestro cambio de residen­cia a Soria.

Llegó Semana Santa y a pasarla a La Hinojosa, que me hizo muchísima ilusión. Ya hacía 5 años que no iba. Escribí a mi ma­dre Bibiana, para que salieran a recibirme a Huerta de Rey y cuando fui no había nadie esperándome en Huerta. Emprendí el camino andando y enseguida me encontré con Quinidio, ­el hijo mayor de mi nodriza. Nos costó reco­nocemos, pero la deducción era tan lógica ­que los dos teníamos que ser los dos. Pasé ­una semana feliz, participando lo más activamente que pude en los actos religiosos. Mi ­madre Bibiana se sentía contentísima de te­ner a su Felisín y todos me prodigaban simpatía a raudales. Los otros dos hermanos de leche eran Nicolás y Roberto y entre los familiares lácteos, ya citados, he de citar a la abuela Santas omitida en mi relación anterior. La simpatía tan generalizada no solo era ha­cía mi directamente sino que en gran parte ­provenía de mis padres y especialmente de mi padre que había tenido ganado en La Hinojo­sa y ese trato frecuente, esa soltura jugando a la pelota y bailando, esa destreza en tocar la guitarra, esa elegante prestancia y ­ese don de gentes que le caracterizaba había hecho que La Hinojosa le abriese todas las puertas de su gente. Yo me sentía, esta Semana Santa, con ganas de enseñarle francés a ­Roberto !qué ilusiones! total que estas fue­ron mis vacaciones, distintas y felices de ­la Semana Grande del año 31.

Regresé a Aranda para terminar el curso y ya pocas novedades quedaban que citar. En cuanto a asignaturas hubo cambios, algunos debido s al cambio de régimen político.

Uno fue que la Religión dejó de ser asignatu­ra y al final en vez de nota o calificación­ nos dieron un certificado a todos de haber estudiado la Religión. Otro cambio fue el de la taquigrafía por la Caligrafía, empezamos Con la primera, pero ante los pequeños progresos, nos pasaron a la segunda entramos en el mes de mayo y aumen­ta la preocupación, el trabajo, la emoción de un final incierto, pues algunas asignaturas no iban lo suficientemente estudiadas ­para dormir tranquilo. Las matemáticas, para mi, eran uno de los huesos duros de roer, que al final conseguí levantarlas bastante bien.

Don Valentín Plaza, Profesor-rector de Ma­temáticas en una de las últimas clases del ­curso, me sacó al estrado. Estuve bastante bien y a pesar de lo alto que era él, tuvo ­para mi el siguiente elogio: "muy bien, los hombres no se miden por la talla". También ­D. Félix Cueto, el profesor de francés acabó el curso con un gesto de simpatía hacia mí ­el día que iba a firmar las notas. No existía la nota de Notable, sino que tenía que ­ser suspenso, aprobado o sobresaliente y me preguntó que Qué nota Quería. Yo, pese a nuestra recíproca simpatía le tenía mucho respeto y contesté tímidamente: "lo que usted quiera" y me dio un sobresaliente y objetivamente pienso que merecidamente, ya que aquella simpatía había sido para mi un estupendo estímulo para estudiar la asignatura muy a gusto y creo que estudié el Francés con un gran entusiasmo. Recordemos mi entusiasmo e ilusión de Semana Santa, cuando me sentía con ganas de preparar y enseñar Francés a mi hermano ­de leche Roberto, en la Hinojosa.

Y con todo mi primer curso aproba­do y mi sobresaliente en .francés, terminé felizmente mi primer curso de Bachiller y dejé Aranda de Duero, para dirigirme a mi nueva ­residencia. Hice el viaje solito "como un hombre", transbordé en San Esteban de Gormaz y llegué a SORIA.

domingo, 7 de junio de 2009

QUINTANAR FINAL

Mi madre siempre decía “mi ­Lucio" y, como prueba, valga saber, Que en año 29 la Condesa del Val, de Madrid, hizo una almoneda interesante. Nosotros nos enteramos por D. Vicente y Dª Julia y éstos por una tía suya Que había estado al servicio de la Condesa del Val. Entonces D. Vicente y nosotros compramos algunas cosas de cierto valor; entre otras, un juego de cubiertos de ­plata con su escudo nobiliario y dos colchas de seda con una de las cuales, según tradición familiar había dormido el Rey Alfonso XIII. Pues bien, mi madre no paró hasta com­prar otra colcha de seda para que tuviéra­mos una colcha de seda cada hermano, sin es­pecificar cual había de ser para cual. Cierto es que Lucio correspondió al cariño de mi madre, como un hijo más, llamándola siempre madre y saliendo en su defensa cuando los o­tros dos hermanos la faltábamos al respeto. Esto hacía que le quisiéramos mucho pero al mismo tiempo le respetásemos casi como a mi padre y reconociésemos que fue un eficaz co­laborador en nuestra educación hogareña.

Más podría decir de aquellos tiem­pos felices por ser de niño, donde la vida ­me sonrió. Mi hermana Gaudi era ya una jovencita de 13, 14 y 15 años. Allí hizo sus primeros pinitos en sus flirteos adolescentes, ella recuerda todavía aquel alternar con Al­fredo Blanco, hijo de la Sra. Elisa, con ­Eduardo Magallón, hijo de Ayudante de Mon­tes que, residentes en Burgos, veraneaban en Quintanar y que años después de terminar la carrera, moriría víctima de la Guerra Civil española por el mero hecho de ser de izquierdas o menos todavía, por tener una colocación a la sombra de un jerarca provincial ­de la República. Yo por mi parte presumía­ de mirar a una chica de diferente manera que a las demás. Se llamaba Enedina y vivía detrás del Ayuntamiento. Ambos teníamos 11 años.

Antes de dejar Quintanar, diré algo de los contactos con nuestra provincia: de Soria. Las visitas a La Hinojosa, por San Juan eran más distanciadas que al principio y concretamente desde los 8 años no ­había vuelto. Tenía explicación, yo iba ha­ciéndome mayorcito, ya no era el bebé del ­regazo de mi nodriza, que nos seguíamos queriendo mucho; por otra parte, el viaje desde Quintanar resultaba francamente incómodo, para pasar dos días de fiesta, teníamos que desplazarnos en burra y andando 32 kms. De ida y otros tantos de vuelta, lo que suponía 13 o 14 horas a través del Pinar y travesía de la Sierra de Costalago.

Los veranos, por lo menos 15 días, solíamos ir a veranear a Narros, siempre co­incidiendo con la recolección de los cereales. Ya hemos dicho que mi padre, gozaba trabajando en la siega, el acarreo y la trilla­ y a mis tíos Daniel y Andrea les venía como anillo al dedo aquella afición de mi padre, además llevábamos suministro para nuestro consumo, en estas condiciones era tener una verdadera "bicoca" tener un agostero como le tenían mis tíos con mi padre.

Mi madre acompañaba a Dña. Leandra, mujer de escasa cultura pero de delicadísimos modales. Era viuda de un militar, este Comandante la dejó viuda y sin familia y ella escogió aquel lugar y aquella familia­ sin hijos que eran mis tíos, para el resto de sus días. Tenía familia lejana en el ­pueblo, pero el tío Aquilino tenía muchos hijos y ella prefirió la paz de este hogar. Vivía su independencia era sumamente escrupulosa, poseía una gran paciencia y era muy dulce y agradable.

En mis postrimerías serranas, el ­año 29, tenía yo 11 años y mis padres decidieron que empezase a estudiar y me matricu­laron para examinarme de ingreso en septiem­bre en el Instituto de Soria, con la mala suerte de que suspendí y como era septiembre perdí un curso. De este suspenso no culpo a mi maestro, ni a profesores del Tribunal, ni a mis padres, ni a mi mismo, sin embargo me dejó un fuerte “amargor de boca”. Enfrentado de alguna manera con la vida, yo, como ya he dicho me había creado un complejo de timidez y de inferioridad a consecuencia de mi tartamudez, que estoy convencido que fue la principal causa de mi fracaso y que había de in­fluir mucho en ulteriores ocasiones. Al año siguiente y en junio nueva intentona y no digamos con miedo sino con pánico, aprobé, pero era tal el temor que llevaba que no me dejó saborear la alegría de aquel aprobado. Pasó el verano y para septiembre ¿dónde? Yo había cogido miedo a Soria, por otra parte otros dos de Quintanar Delfín Bartolomé y Heliodoro Medrano iban a estudiar a Aranda y­ aquí se hizo el traslado de matrícula.

Para mi Quintanar simboliza a pe­sar de todo, un rinconcito del Paraíso Terrenal, aunque no se conjugue bien con aquellos encadenados y originales dichos sobre la zo­na serrana: Canicosa, mala cosa; Regumiel, mala piel; Vilviestre, mala peste, Quintanar mal hogar, dichos sin sentido pero que tanto se pegaban al oído. ­

Y antes de cerrar el capitulo de Quintanar, haré o completaré, como dirían ­los franceses "le portrait" de mis hermanos y especialmente de Gaudi. Los tres hermanos éramos muy distintos, era natural; Lucio era Cebrián, Gaudi Millán y yo Herrero sin em­bargo era una fraternidad armónica, repito que Lucio era el hermano mayor, en toda la extensión de la palabra, Gaudi a quien yo ­llamaba ”mi chacha" hasta bien entrados los 9 años y después durante muchos años la llamaba Dosia; el decir que era Millán era decir buena moza, guapa y tranquila. Era el ­momento de su pubertad y adolescencia lo que le daba ese carácter de rebelde y desobediente hacia mi madre, de la que de todas formas era muy distinta y había poco entendimiento, Nos peleábamos mucho, pero no nos acertába­mos si no íbamos juntos a todas partes. Yo me pegaba más a las faldas de mi hermana que a los pantalones de mis amigos. No le tiró mucho el estudio, pero tenía bastante habi­lidad para las labores y la música, ella también era miembro-aprendiz de la rondalla de la Sociedad de Padres de Familia.

Yo seguía siendo el charlatán y un poco el chivato de mi hermana y el agen­te informativo de lo intrascendente en ca­sa. Mi desarrollo seguía siendo muy tardío.

En septiembre de l.930, íbamos los tres estudiantes a Aranda. A mi me acompañaba mi padre por ser el pipiolo de la cuadrilla o mejor dicho del terceto. Todavía volvería a pasar las Navidades 1.930-31 para definitivamente salir el 7 de enero de 1.931, para muchos años.

Pasarían como el que no quiere la cosa, nada menos que ¡37! años para volver a Quintanar. Sin embargo siempre se mantuvo viva la llama del recuerdo a lo largo de tan extenso período de tiempo y la ilusión y el deseo que nunca llegaba de volver a correr, o ya visitar los parajes de mi infancia.

Allí quedaba un cúmulo de ilusiones y recuerdos imborrables de la infancia que llegaron a convertirse en recuerdos de viejo, pero de viejo ilusionado.

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nací el 24 de febrero de 1918 he muerto en 2009 pero esta historia la escribí yo.