lunes, 20 de abril de 2009

Primera etapa - capítulo 1

PRIMERA ETAPA:

LA NOSTALGIA DE UNOS PADRES
I
HONTORIA DEL PINAR
(24 de febrero de 1918 - 1 de septiembre 1923)

En un lugar de la alta meseta castellana, a caballo de las dos provincias de Burgos y Soria, que mucho años más tarde, por éste y por otras muchas razones, me ha­rían definirme como "un soriano de Burgos", en Hontoria del Pinar, vi la primera luz, no sin pocas dificultades y en medio de un peligro de sobrevivir por mi precario estado físico y mi diminuto empaque personal, a pesar de aquellos rudimentarios y eficaces baños en una gamella hasta conseguir que diese señales de vida. Téngase en cuenta que antes de llevarme a la iglesia, ya me había administrado el agua de socorro con intención de bautizarme el médico titular Don bernardo Santos.

Dios ha querido que, muchos años después pueda escribir estos detalles, que nadie los sabría ya que el que me legó esta información, fue mi padre, fallecido hace varias décadas, el 11 de octubre de 1944. ­Datos que convergen con aquellos que igual­mente me decía cuando yo tenía 20 años; que pocos me habrían superado en crecimiento y desarrollo relativo, pese a que con mis 60 kilos, no pueda presumir de ser un ciudada­no de “Gordinflonia”. Ratificando todo esto,
está el testimonio de mi madre, mujer diminuta, que me decía que mi pantorrilla de ­
nacido era como un dedo pulgar suyo. Enton­ces no se pesaba a los niños al menos en los pueblos, pero se puede asegurar que mi pe­so era inferior al kilo; es decir en este sentido, soy una especie de resucitado.

Así fue mi arribada a este mundo tan bonito a pesar de lo amargo, así empe­zó este sueño que se llama vida, así me a­somé a este valle de lágrimas, aunque no todas de acíbar. Dios lo quiso así, yo se lo agradezco. Por otra parte, la venida de los dos hermanos tuvo también un origen un tanto anecdótico, si no providencial.

Mi padre se casó en segundas nupcias con mi madre que tenía 5 años más que mi padre. Mi madre Felisa Herrero Millán, era pequeña, nerviosa, piadosa, trabajado­ra, prudente y discreta; mi padre era activo, emprendedor, aunque sin constancia, paciente, tranquilo, buen mozo, apuesto y hasta elegante, aunque era labrador; mi madre era maestra. Eran parientes cercanos, muy diferentes; sin embargo esas diferencias, no dieron lugar a discrepancias o yo nunca las vi y que yo ahora pretendo adivinar; quien sabe si la discreción de mi madre o la prudencia de mi padre evitaron la transparencia ante los hijos de algunas posible divergencias conyugales que, como digo, intento adivinar por lo lógicas; pero que pudieron no existir.

Estas diferencias bien pudieron acentuarse aI no conseguir familia, no por impotencia o esterilidad, sino, quizá por diferencias congénitas. Existían los preludios de un hijo y éste no llegaba. Es posible que antes de nosotros habría seis que ­suscitaron esperanzas, de ello s solo debieron de nacer tres y de estos solo una niña. Antonia Amancia, se aproximó a los dos años de vida, pero el día 11 de febrero de 1.911 se cerraba una vida y se apuntillaba una esperanza. Así llegó el año 1.914 y mi madre ­poniéndolo todo en manos del Creador, hizo una peregrinación al Santuario de Santa Casilda (Burgos), donde, según la tradición, arrojando una piedra desde arriba a la mini-laguna que hay al pie del Santuario, en el plazo de un año habrá un hijo. Así mi madre ­llena de fe y de piedad y de deseos d maternidad arrojó la piedra y... antes del año nacía mi hermana Gaudiosa. No fue todo de color de rosa, pero mi hermana era una­ realidad. A mi madre le quedaron unos singulares mareos que le habían de durar toda la vida.

Dos años y medio después nacía yo, en las condiciones narradas, Y a ambos tuvieron que buscamos sendas nodrizas; a mi hermana la Sra. Vicenta en Cidones Y ama de cura, la lactancia fue en nuestra casa, y a mi, mi madre Bibiana, que así siempre la ­llamé. Esto hizo que yo me criase, durante mi lactancia, en La Hinojosa, pueblecito de la provincia de Soria, agregado a Espeja de San Marcelino Y a 11 kms. de Hontoria Y aunque veía a mis padres con relativa frecuencia, la verdad es que no estaba en el hogar.

De esta época nada puedo recordar, pero el hecho de haber sobrevivido largo tiempo mi madre Bibiana Y mi madrina de Bautizo D. Petra Peñaranda, con las que he tenido un contacto, si no permanente, sí constante, me han transmitido vivencias de mis primeros años. Debo decir que estas dos mujeres, han cumplido fielmente con su compromiso y misión; la primera de madre de leche y la segunda de madre espiritual. Ambas matronas han influido sobre mi vida de tal forma, que de no haber existido para mi, yo creo que sería muy diferente al que soy. Mis padres colaboraron en todo momento a esta vinculación. Nunca se sintieron celosos y nunca vi en ellos la más mínima merma de su amor paternal. Todo se conjugaba y complementaba armónicamente. Mi padre me llevaba todos los años a la fiesta de San Juan a la Hinojosa y no solamente desde Hontoria, sino también posteriormente desde Quintanar. El medio de locomoción no era muy confortable pero !qué contento iba! era e un borriquillo que en Quintanar nos dejaba Manuel, el Sastre, para hacer nuestro “rallye” de más de 30 kms. Todavía recuerdo cuan do mi madre Bibiana me decía que de pequeñito me preguntaban que como me llamaba y yo contestaba: Felisín Millán “Herrerro”.

De Hontoria poco recordaría, si no ­fuese por ser paso obligado entre Soria, y Burgos. Sin embargo, remontándome a mis primeros años, vienen a mi mente los recuerdos de dos accidentes, que yo consideraría graves, pero que no debieron de serlo ya que de ninguno ­debió enterarse el médico. Uno fue con motivo de la recogida del ganado al atardecer y yo huidizo y alocado a mis tres años a cuestas, corrí de un lado a otro de la calle por donde pasaban las caballerías sueltas Y en mi volver tornar atolondradamente, fui atropellado por un caballo. El .susto debió de ser mayúsculo, ya que después de muchos años lo recuerdo con bastante precisión. El otro percance ocurrió en los cerros de la Fuente de "La Camarera" donde .sufrí una caída que a mi se me antoja, equivalente por lo menos, a un primer piso pero que quizá la realidad se aproxime más a la altura del asiento de una silla. También fue, al parecer, mucho más el, ruido que las nueces.

Aunque muy veladamente, tengo la i­dea de que mi madre, desde muy pequeño me llevaba a la escuela, una escuela vieja ­fea donde mi madre estaba al frente de más de 100 chicas, y este dato no está abultado por mi fantasía infantil. No habían hecho todavía el hermoso frontón actual y me a­cuerdo que se jugaba a la pelota en la pa­red de la iglesia, .delante de la farmacia. También sé que mi casa tenía dos puertas, una daba a la carretera y tenía tres escalones de entrada, después había un pasillo largo y por unas escaleras, antes de llegar a las habitaciones, se bajaba desde el pasillo a las cuadras y leñeras, y abajo tenía otra puerta que daba a la bajada de la Iglesia, El pueblo tenía dos barrios: el de la­ carretera o de arriba y el de la Iglesia o de abajo, tenía la ermita de San Roque y estaba circunvalado por el molino, el pinar al norte, el paraje de "Las Nieves" al oeste, la provincia de Soria al este y la sierra de Costalago al Sur, y hasta podría citar a algunas personas y vecinos, entre ellos, a mis primos Anatolia y Félix, que fueron un poco a la sombra de mis padres, y donde ­instalaron una sastrería y les nacieron también dos hijos, Aurora de la edad de Gaudi y Santiago algo más joven que yo; también recuerdo a los comerciantes familia de Grado a Teodoro Muñoz que tenía otro comercio frente a nuestra casa y pocos más. !Ah! Y ¿cómo ­no? también de las dos cabras que teníamos: "Rocera" muy mansa y "Guruguina" muy arisca y que ésta abortó, precisamente el día que yo cumplía los 5 años Y hubo Que sacrificar.

Años después, cuando yo leía "Horas de Vacaciones”, del P. Muiños, mi imaginación centraba las escenas que leía en aquellos lugares de mi primera infancia en Hontoria y más concretamente en la casa que vivía.

Sé que mi padre, pese a su calidad de "aviador" (de la casa) y debido a su dinamismo, en Hontoria, como a lo largo de toda su vida, estuvo en continua actividad, y ­allí tuvo cabras, ovejas y llegó a tener hasta más de veinte vacas. Entre sus muchas actividades, sin duda alguna, la de ganadero era la más específicamente suya.
Por entonces Hontoria, con una población aproximada a la actual, tenía dos escuelas. El maestro, compañero de mi madre, ­era D. Miguel Álvarez de Eulate, esposo de mi madrina. Allá en la lejanía, le recuerdo como un hombre jovial, muy bien presentado, con un estupendo sentido del humor y muy simpático. Dñª. Petra, su esposa, estaba ejerciendo en la provincia de Cuenca, y para juntarse con su marido en Hontoria, tenía que quedar vacante, la única escuela de niñas que había y, que a la sazón, regentaba mi madre. Nuestra amistad, era muy grande, no solo como compañeros, sino que .ya ve a de los padres de Dñª Petra: el Sr. Peñaranda y la Sra. Gre­goria, que fue nuestra primera nodriza, hasta encontramos a las "madres Vicenta y Bibiana", y mi madre no dudó en dejar vía libre para que se pudieran cumplir sus justos deseos de juntarse el matrimonio, para lo cual solicitó mi madre en el Concurso de traslados en el que nos dieron Quintanar de la Sierra. Este detalle de mis padres que .posibilitó juntarse el matrimonio Álvarez de Eulate-Peñaranda en Hontoria jamás lo olvidarían y fortificó los vínculos, ya muy fuertes, de nuestra vieja amistad.

Aunque mis pocos años impidieron ­asimilar con vivencias personales, ciertos ­acontecimientos familiares, no por eso se han de silenciar ya que son lo suficiente­mente transcendentes como para configurar ­mi vida de aquellos años. Entre 1.918 y 1922 fallecieron mis abuelos maternos en Hontoria, mi abuelo paterno en Narros y mi tío Leoncio en Madrid. Son sucesos que no se ajustan ni se apropian a una mentalidad infantil con el valor reflexivo que aplica un adulto.

Mi abuelo Dionisio Herrero, padre de mi madre, a quien le denominaban, según ­oídas, "el tío Patitas" por tener los pies ­torcidos hacia dentro y deformados. Era Maestro de escuela y había nacido .en el Cubo de la Sierra. Yo conocí más de ó0 años después de su muerte a un discípulo suyo, el padre ­del sastre Martiniano de Burgos. También en Hontoria está enterrada mi abuela Higinia, ­madre de mi madre. También el año 21 murió ­en Narros mi abuelo paterno Manuel Millán.

23 Años después, reposarían los restos de mi padre junto a los de mi abuelo y padre suyo. Mi abuela Juana había muerto unos años antes.

Pero quizá el de mayor transcendencia fue el óbito de mi tío Leoncio en Madrid. Era el ú­nico varón de los cinco vástagos, de mis a­buelos Dionisio e Higinia, cuyos cinco hijos fueron: Engracia, Severiana, Felisa (mi madre), Paca (de la que no supe nunca nada mas que el nombre) y Leoncio que era el más jo­ven y el que estaba al frente del negocio de Imprenta y Librería Herrero, que no ha mu­chos años montaran unos tíos en México. Estando el tío Leoncio al frente del negocio ­prosperó asombrosamente. Mi tío se casó con la tía Felisa, de cuyo matrimonio no hubo hijos. Él falleció muy joven y muy pronto y dejó un negocio floreciente y una golosa herencia. Lo importante radica, en que mi tío sentía una especial predilección por mi madre y por eso en igualdad de condiciones hubiera ­podido darse el caso, y muy probable, que el privilegiado habría sido yo, pero mi edad de tres años me incapacitaba, el negocio no po­día abandonarse y mis primos Escolástico y Donato, mucho mayores que yo a los que ya se les había llevado a la capital azteca previamente para colocarles con él fueron los afortunados "quinielistas" y los actuales millonarios. Eso son gajes de ser el "benjamín" familiar.

Mi tío Leoncio a sus 28 años dejaba una fortuna, en usufructo para la viuda la tía Felisa, que más tarde se casó con el médico, que yo conocí con el grado de Comandante médico. La "tía Felisa", aunque va entrecomillado no es con carácter agresivo o peyorativo, lo que pasa es que no la conocíamos y siempre la llamábamos entre nosotros así, y los pocos contactos que con ella tuvo mi familia fueron siempre muy correctos por ambas partes. Pues bien, la susodicha tía vivió muchos años, los suficientes para que aquella macroherencia del año 22 se convirtiera en una miniherencia en el año 1.970 que llegó a nosotros.

En Salas de los Infantes, ejerció mi abuelo Dionisio y allí vivía también mi tía Severiana y con este motivo Petra pasa­ría muchas temporadas en casa de mis padres, con sus consiguientes celos de mi tía Severiana que, a veces se sentía ofendida porque Petra decía que quería más a mi madre que a la suya.

Otro personaje, que tiene que sa­lir en el escenario de mi vida, y desde mis primeros años, aunque inoperante, es mi hermano Lucio. Era hermano de padre, ya que fue fruto del primer matrimonio de mi padre con Dñª Filomena Cebrián Perezcano, pues, como he dicho mi padre casó en segundas nupcias con mi madre. Lucio me llevaba 14 años y su intranscendencia radica en nuestros pocos años a pesar de la diferencia de edad. Con el interés natural de sus tíos maternos que quisieron darle salida o carrera, aunque dicho sea de paso, no estaban capacitados para esta misión, pese a sus buenísimas intenciones, se lo llevaron y después de unos años mal aprovechados volvió a casa para ser uno más en el concierto familiar.

A estos orígenes difusos, confusos y semiperdidos en La lejanía de mi vida podríamos llamar mi prehistoria personal.

Como complemento de Hontoria, narraré aunque sea brevemente, algo sobre la Hinojosa, pueblo de distinta provincia (So­ria) agregado a Espeja de San Marcelino y muy pequeño. No puedo precisar el tiempo ­que duró mi lactancia, pero si que este pueblín ha dejado un grandísimo e inolvidable recuerdo en mi.

La familia de mi madre Bibiana la formaban ella y su marido el Sr. Diego y tres hijos varones: Quinidio Nicolás y Roberto, éste dos años más joven que yo y al que más unido estaba. Por otra parte mi nodriza tenía Una hermana la Sra. Teodosia, a su vez casada con el Sr. Delfín hermano del Sr. Diego y que entre los varios hijos que tenían estaban Apolonio y Ele (Eleuteria), esta un año mayor que yo y por lo tanto tam­bién muy unidos. Vivían del campo y sobre todo de la ganadería lanar y la fiesta de San Juan la celebraban en casa del tío Delfín con una envidiable unión que más de una vez­ oí ponderar a mi padre. La fiesta resultaba­ animadísima, los pequeños íbamos a dormir al desván y más de una vez nos caímos de los ­camastros en los montones de trigo o cebada ­que almacenaban en el somero. Yo tuve allí muchos amigos desde pequeñito. En la gente ­veía mucha simpatía y cariño y mis delicias ­eran esperar con la mayor ilusión la fiesta­ del Santo Bautista. Para mí el mundo acababa en las pequeñas lomas que el pueblo tenía al Sur. Mi nostalgia por La Hinojosa no podía silenciarla.

No puedo silenciar a Narros, el pueblo de mi padre y sus antepasados, donde ­están nuestras raíces familiares, por lo tanto en cierto modo también mi pueblo. Mi padre, entre sus cualidades, que yo veía muy positivas; era un hombre progresista, no en el sentido político, sino en el sentido humano. A pesar de ser labrador, le gustaba mucho viajar, tenía un excelente don de gentes y por el hecho de estar casado con maestra, le daba la oportunidad y posibilidad de dis­frutar de un veraneo, que no lo tenía todo ­el mundo entonces y era un auténtico lujo; pues bien, los veranos íbamos a pasar un mes a Narros, no a la playa ni en plan de ocio, sino a ayudar en las duras faenas de la recolección del cereal a su familia, ya que entre otras de sus cualidades humanas era un ser muy familiar y a su modo y manera era una especie de patriarca familiar, de tal manera que el trabajo y el veraneo lo convertía en unas auténticas vacaciones de placer, ya que para mi padre el trabajar, el ser útil a los demás era un verdadero gozo. En Narros tenía a su hermana Elena y a su hermana predilecta Andrea, donde íbamos a veranear. Esa predilección se debía, aparte de su simpatía y compenetración personal y recíproca, a que la casona de "Los Quintanas" Que habitaba mi tía era de los dos hermanos y quizá otro factor determinante era el hecho de no tener hijos mis tíos. La tía Elena ocupaba un segundo lugar, debido además de los asuntos cita­dos a que estaba casada con el tío Tomás A­rancón a quien la gente por su genio avinagrado le llamaban el "tío Toledo", además estos tenían cinco hijos, ya en aquella época­ algunos casados. Sé que íbamos por nuestra ­cuenta, pero muy poco de aquellos veraneos ­del primer lustro de mi vida. Muy difusamen­te parece que veo como mi prima Guillerma atusaba el pelo a mi tía Elena en las postri­merías de su vida, en el balcón de su casa.

Hecha este, alusión a Narros, me o­bliga a dar una reseña de mis antepasados­ aunque sea en la sombra de lo desconocido.

Ya he dicho que era el "Benjamín" familiar pero no solo en la rama de los Herreros sino también en la de los Millanes, causa por la que no conocí o no recuerdo absolutamente nada de ninguno de mis cuatro abuelos. Mis abuelos paternos eran de Narros mis bisabuelos, descubiertos después de mi jubilación, creo que los cuatro de la rama paterna, también eran de Narros, mientras que los cuatro de la rama materna eran de distintos pueblos de la provincia de Soria, (Cubo de la Sierra, La Losilla, El Royo y San Andrés de Soria)

Por fin llegó el verano de 1.923 y a mi madre la dieron en el Concurso general­ de traslados, Qintanar de la Sierra y en septiembre nos trasladamos. Yo no me despegaba de mi madre con la ilusión y el temor de ver el nuevo pueblo. Fuimos en carro los 20 kms. que separan los dos pueblos y en el pi­nar, podríamos decir que está el mojón que marca el límite frontero entre las dos primeras etapas o pueblos de mi vida.
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Al otro lado de ese mojón esta.... Quintanar de la Sierra.

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nací el 24 de febrero de 1918 he muerto en 2009 pero esta historia la escribí yo.