jueves, 23 de abril de 2009

Primera etapa - capitulo 2

LA NOSTALGIA DE UNOS PADRES II
QUINTANAR DE LA SIERRA
(1 de septiembre 1923 – 15 de septiembre de 1930)

Era un año histórico en España. Se implanta la Dictadura de D. Miguel Primo de Ribera; pero la verdad es que en mis pocos años, no percibí el aroma, ni los efectos de este hecho. Yo, como he dicho, pegado a las faldas de mi madre y con nosotros el resto ­de la familia arribamos a la "Perla de los ­Pinares”, (nombre poético con que se designa­ a Quintanar). Protocolo oficial; yo, entre ­viaje, idas y venidas por el pueblo, solo recuerdo que al caer la tarde, cogí una "perra" con la pretensión de que quería ir a casa, pero, claro es a la casa de Hontoria. Creo que este fenómeno es tan natural como el día y la noche.

Mi primera época fue de adaptación, que no debió de ser difícil, pese a mis berridos de protesta en la tarde del primer ­día. Por otra parte me parece que he sido muy adaptable en los cambios de ambiente.

Aquí, en Quintanar, habría de pa­sar mi infancia escolar de los 5 a los 12 años o sea mi vida escolar.

Al principio fui con mi madre a la escuela. Todavía recuerdo una broma de mi madre, que a mí me produjo otra perra “de padre y muy señor mío". Debo decir, en honor a la verdad, que he sido bastante llorón, entre muchos de los defectos que tengo. Vivía en Quintanar una familia procedente, también de Hontoria, el padre que ya no vivía había sido Guardia Civil, con quienes nos unía una amistad, por razones de procedencia. Eran varios hermanos y sus nombres se mantienen en mi memoria, a pesar de los años; quizá el carácter bíblico de esa nomenclatura favorezca en este caso mi facultad mnemotécnica, estos eran: Sira, Isaías, Nati, Ismael, Eliseo, David y Ofelia, este era el orden por edad.

Su padre ya he dicho que había fallecido y a la sazón también su madre. Vivían en una casa, Que hace esquina, frente a la iglesia; pues bien, un día mi madre me mostró un retrato y me dijo que era la Virgen ­y que la besase, acto seguido me dijo que era la pequeña Ofelia que era de mi edad y no digo el pataleo que armé, subí a casa que estaba en el mismo edificio de la escuela y no había quien me consolase de aquel "terrible pecado" de haber besado a Ofelia en un cartón. También tengo que aclarar que aquella broma de mi madre, fue verdaderamente insólita, ya que no era capaz. de mentir ni en broma.

Quintanar con sus 2.000 habitantes solo tenía dos escuelas nacionales y ante la exagerada matrícula, e1 Ayuntamiento te­nía una municipal de niños, que descongestionaba la nacional de niños, pero que mi madre seguía con más de 100 niñas. A la Municipal íbamos de 6 a 9 años y esta estaba en la plaza del cuartel. Cuando me tocó por edad, es decir el segundo año, fui a ella y tuve varios maestros: primero al Sr. Ricardo que era un empleado. del Ayuntamiento, a mi propio hermano Lucio y a Dñª. Tomasa Medrano de la familia de los Pirlos. De los dos primeros sé lo que he dicho, Que el primero era un señor del pueblo y que mi hermano ­era mi hermano. Fue Dñª. Tomasa la Que mayor impacto dejase en mí, aunque este recuerdo no fuese muy grato. Yo no sé definir exacta­mente la causa, pero fui mal escolar con ­ella. Quizá la: sensibilidad de un niño no sea un testimonio muy objetivo; pero sus ­castigos se me hacían demasiado duros, por lo que yo no quería ir a escuela ni atado, para mi fue una auténtica tortura aquella ­escolarización. Dª Tomasa era de la edad ­de mi hermano y yo intuía que el alternar entre ellos y sus re sultados, mi imaginación captaba una posible amistad frustrada, qué sé yo, pero me sentía pagano de algo que quizá ni existía. Algunas veces pienso que visto desde hace tantos años, pueda ser una barbaridad lo que estoy relatando, pero si he de ser objetivo y veraz digo lo que en­ aquel momento pensaba y sentía, pese a la poca madurez de discernimiento que podría haber en mi. Si esto lo leyese Dª Tomasa, no tendría inconveniente en pedirle perdón, si hacía falta, pero escrito se quedaría.

Pronto me olvidé de Hontoria y me hice un auténtico quintanariego. El pueblo y sus alrededores era el feudo de mis jue­gos y correrías. Amigos y sobre todo familia eran el todo para mi.

Profesionalmente, encontramos unos compañeros (de mi madre, por supuesto) fenomenales, D. Vicente Martínez, que más adelante, cuando cumpliese los 9 años había ­de ser mi maestro y su esposa Julia Diez personificación ideal de la mujer perfecta que nos narra la Biblia. Vivíamos en el mismo piso sobre las escuelas, ellos en el derecho y nosotros en el izquierdo. Era un matrimonio joven; la madre de D . Julia también se llamaba Felisa y cumplía los años el mismo día que mi madre a la que llevaba un año. Vivían muy bien., pues ambos procedían de familias ricas de Quintanilla Vivar; te­nían una gramola de manivela y muy buenos ­muebles. Antes de ir nosotros habían tenido ­una niña, Julita, que se les murió y a la que no conocimos; estando nosotros tuvieron otros cuatro hijos con los que nos íbamos encariñando como si fuesen hermanitos nuestros.

El primero fue Bernardino Gonzalo, al que yo llevo solo siete años, hoy es Padre Jesuita, investigador de Historia y Profesor de Historia, del Derecho; después fue Julita a la que tanto quería yo, que cuando se la lleva­ran a Madrid a los dos años con una tía y por bastante tiempo cogí una de mis habituales perras, hoy está colocada en Vigo, no se ha casado y atiende a su anciana madre. La ter­cera fue Mª. Enedina a la que apadrinaron mis padres en su bautizo y que murió antes del año, nuevas cataratas de llanto que ni la bondadosa resignación de Dª. Julia podían contener, y la cuarta fue Pili que se hizo religiosa, aunque posteriormente y después ­de 16 años retornase a su vida seglar, Dos ­más habían de completar esta maravillosa familia: Felisa que nació después de marchar ­nosotros y que actualmente lleva una Administración de Lotería en Vigo, también soltera ­y conviviendo con su madre y su hermana Julita, y por último el más joven Juan Antonio, el único casado con una canadiense y ejercien­do su carrera de Ingeniero en Canadá.

Acontecimiento cumbre fue mi Pri­mera Comunión. En la parroquia de San Cristóbal, única en el pueblo, el día 26 de mayo de 1.925, festividad de la Ascensión.

Debió de ser sencilla, como se hacía entonces, sin recordatorios, banquete ni fotografías y con un traje sencillo. La preparación debió de ­ser buena, pues la fe arraigó tan profundamente, que siempre me he considerado un con­vencido católico. Mi madre supo regar esta ­planta y mantener viva la fe.

Respecto a la personalidad e idiosincrasia entre los dos hermanos (Gaudi y yo) había grandes diferencias. Mi hermana había salido a mi padre y yo a mi madre; esto dio ­lugar, siendo dos que esta afinidad se mani­festase por los mismos padres, así yo era el preferido de mi madre y Gaudi lo era de mi ­padre. Sin embargo, creo que ninguna de las partes era motivo de descontento o de celos, sino que por el contrario nos conformábamos con esta situación y la veíamos tan natural. Mi madre rezaba diariamente el Rosario y yo la acompañaba gustosísimo; mi her­mana, si lo hacía, era un poco a la fuerza, y todo era cuestión de la afinidad anterior, posiblemente si el que rezase el rosario fuese mi padre, lo habría hecho con más gusto mi hermana que yo, pero lo cierto es que la circunstancia dada favoreció el desarrollo de mi fe, y quizá debilitó el de Gaudi. Pues bien, yo preparaba altarcitos en cajones con estampas y velitas para el citado rezo. Enseguida fui monaguillo, aunque a decir verdad los latinajos de ayudar me reventaban.

Otras amistades influyentes en la familia eran Marcelino y Tomasa, el Guardia civil y también procedentes de Hontoria. No tenían hijos, pero tenían un sobrino, al que criaron y educaron y con el que yo unía bas­tante bien, aunque era menor que yo, era Goyo y los y los tres vivían en Burgos por la década ­de los sesenta. Otra buena amistad era el ­Sr. Felipe, Guarda Forestal, padre de mi amigo Palmiro, algo mayor que yo. Aquí puedo relatar una curiosa anécdota. Este Sr. Felipe tenía un huerto en la Roza y un día, que había llovido, estaba yo con otros niños, ­haciendo presas en una pequeña acequia, junto al huerto del Sr. Felipe y al hacer nuestra labor con céspedes y con piedras, como ­me saliese mal una y otra vez, nervioso solté una blasfemia, que se me escapaba con bastante frecuencia (injuriaba a la patena), me oyó desde su huerto el Sr. Felipe y en ­forma admirativa y enfadada dijo: ¿Quién es ese? Yo me marché volando. Él sabía quién ­había sido, pero disimuló o al menos eso me pareció a mí. Por la noche yo le preguntaba a mi madre, que si era pecado decir aquello que a mí se me escapaba con tanta facilidad, aclarado el asunto no se me ha vuelto a escapar la blasfemita en cuestión.

Había también algunas amistades ­que se remontaban a tiempos de mi abuelo Dionisio que ejercía "in illo tempore" en Cana­les de la Sierra, cerca de las Viniegras en la Sierra de Cameros de Logroño, como eran la Sra. Elisa, la Sra. Inocencia y la familia­ de los Picholos. Por alguno de los nombres, que aparentemente resulten malsonantes, habrá que tener en cuenta que en Quintanar existían mucho los apodos, Así yo nunca su­pe cómo se llamaba el tío Picholo que, por otra parte, podríamos decir que era un per­sonaje de cierto relieve, además de ser co­merciante era el padre del gran poeta Conrado Blanco que llegó a ser empresario de los teatros madrileños Larra y Goya. Entre estos apodos, podría decir que muchos, a título de curiosidad, aparte del ya citado estaba el tío Cachavitas, el Tío Juanón, el tío Picheles, el Taconeras, el Roñas, el_Chevos, El Chato, los Chapules, etc. ­

No era de extrañar que en un niño, como yo era de acusada sensibilidad y ner­vios a flor de piel, hubiese .dos cosas que­ me afectasen muy especialmente y que influían grandemente en el miedo infantil: las ­muertes espectaculares entre las que recuerdo la de la Sra. María, esposa del tío Picheles tan hinchada en el momento del entierro y dramatizando él la escena desde el balcón de su casa, en el momento del sepelio; otra fue el ahogarse un chico de la escuela en un pozo de las proximidades del pueblo y la tercera fue la muerte de la tía de la Pitu­sa, mujer esta muy llamativa; fue un suicidio que lo consiguió a la tercera intentona en una presa del río Arlanza a lo largo de­ una semana, y que en el entierro iba la citada Pitusa muy llamativa para aquellos tiempos y lugares, otra cosa que me producía verdadero pánico eran los incendios, sobre todo los nocturnos y que debido a la abun­dancia de madera y además de pino sin sangrar que se prodigaba en la construcción y de ahí que los fuegos fuesen harto frecuen­tes en todo tiempo.

Yo adaptado pero sin amistades ­fijas, era una especie de mascota de las chicas mayores que iban con mi madre, me mimaban y para todas era el Felisín.

A consecuencia de los mareos que le daba a mi madre, desde el nacimiento de ­mi hermana, el exceso de matrícula y de lo gastada que estaba la naturaleza de mi ma­dre, hubo de dejar la escuela, con una susti­tución oficial y entonces nos trasladamos a vivir a una casa que nosotros estrenamos en el barrio de El Cerro y casi a la altura de las campanas de la Iglesia. La casa era del Sr. Saulo, para aquellos tiempos era estu­penda en todos los aspectos. Tenía planta ­baja, piso y desván un jardín con 22 ciruelos, un guindo, tres limoncillares, dos groselleros, que nosotros llamábamos parras de uvas de San Juan, la fachada de la casa que daba al jardín estaba repleta de crisante­mos y dos rosales; también había un pozo y dos cobertizos, también en el jardín, uno ­para cuadra de las cabras y el otro un rudimentarísimo servicio del que, dicho sea, casi no hacíamos uso. Recuerdo alguna curiosidad. En verano nos lavábamos en el jardín en una jofaina y un día según salía con la palangana de agua en la mano me enfrenté con una culebra grande y verde que reptaba entre los crisantemos. No hará falta describir mi susto. A los estridentes y sonoros gritos de mi nervioso carácter salió mi padre y con una azada acabó con ella, enton­ces muy ufano y decidido (creo que todavía con miedo) la llevé sobre la azada a las a­fueras del pueblo. También nos gustaba co­mer en verano en el jardín, pero lo que era francamente repugnante era el caer desde los árboles a veces en la mesa, las orugas, bastante grandes, que dieron lugar a prescindir del placer de comer en el jardín. La proximidad a las cuadras de las vacas del ­Sr. Saulo y a sus graneros y pajares; dio lugar a una auténtica plaga de ratas que costó mucho exterminar y no se consiguió ­del todo Y que hubo tiempo que no dejaban ­comer a las cabras. Por otra parte la casa ­tenía dos cocinas, la de abajo era económi­ca que, en aquellos- tiempos se podía consi­derar como el último grito; se daba el caso que, cuando el Ayuntamiento tenía alguna comida especial, llevaban los cuartos de cordero a casa para asarlos. No obstante como todas las cosas tenía sus peligros. La ­noche del 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, de 1.928 pudo ser fatal en nuestra familia El tiempo es frío en la Sierra en esta época, y después de cenar mi hermana y yo nos pusimos a jugar a las damas sobre el fogón de la cocina y para que saliese más calor quitamos las arandelas de la plancha; mi madre después de recoger la mesa se puso a sacar solitarios, mientras ­mi padre escribía una carta. Mi hermana y ­yo nos dormimos placenteramente sobre los baldosines del fogón. Y mi madre dio muestras de mareos, distintos a los que sufría corrientemente. Entonces mi padre se dio cuenta de que él también se sentía molesto y nos llamó a nosotros que, por supuesto, no había ­medio de despertarnos, pronto se percató de que éramos los cuatro víctimas de una asfixia por el gas carbónico que salía libremente ­al estar quitadas las arandelas y que inundó toda la cocina tan fácilmente. Abrió, mi padre, la ventana del jardín y tuvo que acostarnos a los tres, uno por uno. Después­ supimos que aquel mismo invierno ya le había pasado otro día a mi hermano Lucio que estudiando de trasnochado, se dio cuenta a tiempo, salió al portal y allí cayó al sue­lo. El frío del pavimento de, cemento le sirvió para espabilarse. Lo cierto es que pudo suceder lo que no sucedió.

Mi hermano ya había pasado la mi­li, cuando se fue vivíamos en la casa de a­rriba, le había tocado a África; mi madre ­tenía una pena grandísima que se irradiaba en parte, a todos los de la casa. Esta suerte se consideraba un “coco”. El nombre de África en los sorteos de mozos se tenía como la mayor de las desgracias. Hay que te­ner en cuenta que, si bien era cierto, que la guerra había terminado, no era menos cierto, que había sido una lucha larga y sangrienta y las madres, no sin algo de funda­mento, bajo esos efectos de una Contienda tan reciente, pasasen verdadera angustia ­con ese motivo. Lucio se fue el año 25 y regresó a los dos años y medio con la natural alegría del regreso después de aquella mi­li que se nos había hecho eterna. Lucio vi­no si no de rey mago, por lo menos como un paje, trajo cerillas de madera y de colores, otras de cera y con cabeza de dos colores,
a Gaudi le trajo un echarpe, a mi una trom­pa aparte de dulces para todos y distintas clases de tabaco. Entonces, al regreso ya vivíamos en nuestra casa nueva de El Cerro. No tardó mucho en enfrentarse a los libros pa­ra preparar las oposiciones del 28.

Yo iba ya a la escuela de los mayores, a la de D. Vicente Martínez. Física­mente me criaba muy pequeño y quizá por esta razón mi cabeza debía de ser algo desproporcionada, de manera que en las riñas con ­los amigos y hermana me aplicaban el mote de "Cabezón", por otra parte ya hemos dicho la afición de motes y apodos en Quintanar.

Ya he dicho que era muy emotivo, a esto añadiré que de carácter nervioso y tímido. Empezó a vislumbrarse o mejor dicho a manifestarse una nueva tara; la tartamudez, tara ­que, contribuyó a crear en mi un complejo, que más, o menos acentuado, según las épocas y circunstancias me había de durar toda la­ vida. En la Escuela era de los "regulares de Ceuta". Íbamos más de 60. D. Vicente era un gran maestro, quizá no lo suficientemen­te "sargento" para imponer una disciplina a tono con esa matrícula excesiva. Ya se me manifestaba la gran afición a la Geografía, que me ha durado siempre; a los 8 años me­ sabía: los partidos judiciales de las 50 provincias españolas y los mapas eran mi mejor juguete. De los castigos de D. Vicente re­cuerdo uno, el de tres días consecutivos ­sin Comer por la conjugación de los verbos.

A los 12 años ocupaba una mesa biplaza, de ­las tres. que había, (lo demás eran bancos ­corridos con sus grandes mesas de tablón) ­,con otro compañero que también se llamaba ­Félix Olalla que vivía junto a la Cacera, y en honor a la verdad debo de confesar que era más aplicado que yo. Este compañero moriría poco después de la guerra a los 24 años. Otro intranscendente recuerdo escolar, es ­que un día salí a orinar y enredando con u­na botella me corté; es la cicatriz permanente, de la palma derecha de la mano, raíz del índice.

La nueva vecindad la formaban el dueño de la casa, el Sr. Saulo y sus dos hijas Victoria y Ticiana. Tenían unas 10 reses vacunas, tres de ellas para mí, muy populares dos vacas manchegas o pintas: la "Capitana" y la "Catalana" de bastante cuidado pues arremetían con facilidad y un buey man­so, el "Navarro", tan manso, que más de una ­vez me montaron en él las hijas del tio Sau­lo; tenían también cerdos, a los que cocían patatas enteras y también alguna vez entresacábamos las mejores del caldero. Se pelaban con mucha facilidad y con un poco de sal o sin ella constituían una golosina o un man­jar apetecido. También tenían cabras. Aque­lla casa era una verdadera granja dentro del pueblo y como guardián de todo, no podía faltar el "Malalma", que era un perrazo de un rojo claro, con su correspondiente carlanca, y por supuesto que no era de fiar y en cierto modo hacía honor a su nombre; ladraba poco pero… cuidado. Una vez mi hermana Gaudi, confiada en la buena vecindad le acariciaba, se volvió y la mordió en la mano. De estos ­perros había varios en Quintanar y hasta se les preparaba para la lucha en la trasera del Ayuntamiento junto a la antigua ermita de la Veracruz, Que constituía un verdadero espectáculo, sobre todo para los chicos.

Otros buenos vecinos, con los Que­ nos relacionábamos mucho eran Fausto (sastre) y Benita su mujer y sobrina de D. Tomás Gar­cía, Herrero, cura de Narros. Era un matrimo­nio joven. Tuvieron dos hijos, el mayor Er­nesto (Teta) siete años menor que yo y Bea­triz, para los que, sobre todo para Beatriz hice yo de niñera muchas veces Fausto era un entusiasta pescador y debido a la buena vecindad Que nos unía íbamos de vez en cuan­do a pescar a "Cañúcar", con este motivo nos dimos el gusto de cenar con cierta frecuencia cangrejos, peces y hasta ancas de rana.

Benita era hermana de Encarna que tanto estuvo en Narros con su tío y que tenía una voz maravillosa y era el orgullo de D. Tomás. Otra hermana era Claudia, que protagonizó un desgraciado suceso que causó en mí, como en todo Quintanar, grandes y pequeños, un impacto imborrable. Claudia había sido novia de Germán, un carpintero que vivía cerca de la fuente del Cerro, mozo que en mi casa gozaba de buen nombre y que yo también recuerdo con estimación, porque, además, hizo el reclinatorio de mi madre el año 28 y que después tive yo muchos años, como grato recuerdo. Pues bien, estos novios habían "partido las peras", ella había quedado con el fruto de un amor frustrado. En tal situación un día, Claudia pidió a una vecina una hoz para ir a segar un pocode hierba para los conejos. Se cogió el mantón, donde ocultó la hoz y, cambiando de rumbo, se dirigió... (otro día más)

lunes, 20 de abril de 2009

Primera etapa - capítulo 1

PRIMERA ETAPA:

LA NOSTALGIA DE UNOS PADRES
I
HONTORIA DEL PINAR
(24 de febrero de 1918 - 1 de septiembre 1923)

En un lugar de la alta meseta castellana, a caballo de las dos provincias de Burgos y Soria, que mucho años más tarde, por éste y por otras muchas razones, me ha­rían definirme como "un soriano de Burgos", en Hontoria del Pinar, vi la primera luz, no sin pocas dificultades y en medio de un peligro de sobrevivir por mi precario estado físico y mi diminuto empaque personal, a pesar de aquellos rudimentarios y eficaces baños en una gamella hasta conseguir que diese señales de vida. Téngase en cuenta que antes de llevarme a la iglesia, ya me había administrado el agua de socorro con intención de bautizarme el médico titular Don bernardo Santos.

Dios ha querido que, muchos años después pueda escribir estos detalles, que nadie los sabría ya que el que me legó esta información, fue mi padre, fallecido hace varias décadas, el 11 de octubre de 1944. ­Datos que convergen con aquellos que igual­mente me decía cuando yo tenía 20 años; que pocos me habrían superado en crecimiento y desarrollo relativo, pese a que con mis 60 kilos, no pueda presumir de ser un ciudada­no de “Gordinflonia”. Ratificando todo esto,
está el testimonio de mi madre, mujer diminuta, que me decía que mi pantorrilla de ­
nacido era como un dedo pulgar suyo. Enton­ces no se pesaba a los niños al menos en los pueblos, pero se puede asegurar que mi pe­so era inferior al kilo; es decir en este sentido, soy una especie de resucitado.

Así fue mi arribada a este mundo tan bonito a pesar de lo amargo, así empe­zó este sueño que se llama vida, así me a­somé a este valle de lágrimas, aunque no todas de acíbar. Dios lo quiso así, yo se lo agradezco. Por otra parte, la venida de los dos hermanos tuvo también un origen un tanto anecdótico, si no providencial.

Mi padre se casó en segundas nupcias con mi madre que tenía 5 años más que mi padre. Mi madre Felisa Herrero Millán, era pequeña, nerviosa, piadosa, trabajado­ra, prudente y discreta; mi padre era activo, emprendedor, aunque sin constancia, paciente, tranquilo, buen mozo, apuesto y hasta elegante, aunque era labrador; mi madre era maestra. Eran parientes cercanos, muy diferentes; sin embargo esas diferencias, no dieron lugar a discrepancias o yo nunca las vi y que yo ahora pretendo adivinar; quien sabe si la discreción de mi madre o la prudencia de mi padre evitaron la transparencia ante los hijos de algunas posible divergencias conyugales que, como digo, intento adivinar por lo lógicas; pero que pudieron no existir.

Estas diferencias bien pudieron acentuarse aI no conseguir familia, no por impotencia o esterilidad, sino, quizá por diferencias congénitas. Existían los preludios de un hijo y éste no llegaba. Es posible que antes de nosotros habría seis que ­suscitaron esperanzas, de ello s solo debieron de nacer tres y de estos solo una niña. Antonia Amancia, se aproximó a los dos años de vida, pero el día 11 de febrero de 1.911 se cerraba una vida y se apuntillaba una esperanza. Así llegó el año 1.914 y mi madre ­poniéndolo todo en manos del Creador, hizo una peregrinación al Santuario de Santa Casilda (Burgos), donde, según la tradición, arrojando una piedra desde arriba a la mini-laguna que hay al pie del Santuario, en el plazo de un año habrá un hijo. Así mi madre ­llena de fe y de piedad y de deseos d maternidad arrojó la piedra y... antes del año nacía mi hermana Gaudiosa. No fue todo de color de rosa, pero mi hermana era una­ realidad. A mi madre le quedaron unos singulares mareos que le habían de durar toda la vida.

Dos años y medio después nacía yo, en las condiciones narradas, Y a ambos tuvieron que buscamos sendas nodrizas; a mi hermana la Sra. Vicenta en Cidones Y ama de cura, la lactancia fue en nuestra casa, y a mi, mi madre Bibiana, que así siempre la ­llamé. Esto hizo que yo me criase, durante mi lactancia, en La Hinojosa, pueblecito de la provincia de Soria, agregado a Espeja de San Marcelino Y a 11 kms. de Hontoria Y aunque veía a mis padres con relativa frecuencia, la verdad es que no estaba en el hogar.

De esta época nada puedo recordar, pero el hecho de haber sobrevivido largo tiempo mi madre Bibiana Y mi madrina de Bautizo D. Petra Peñaranda, con las que he tenido un contacto, si no permanente, sí constante, me han transmitido vivencias de mis primeros años. Debo decir que estas dos mujeres, han cumplido fielmente con su compromiso y misión; la primera de madre de leche y la segunda de madre espiritual. Ambas matronas han influido sobre mi vida de tal forma, que de no haber existido para mi, yo creo que sería muy diferente al que soy. Mis padres colaboraron en todo momento a esta vinculación. Nunca se sintieron celosos y nunca vi en ellos la más mínima merma de su amor paternal. Todo se conjugaba y complementaba armónicamente. Mi padre me llevaba todos los años a la fiesta de San Juan a la Hinojosa y no solamente desde Hontoria, sino también posteriormente desde Quintanar. El medio de locomoción no era muy confortable pero !qué contento iba! era e un borriquillo que en Quintanar nos dejaba Manuel, el Sastre, para hacer nuestro “rallye” de más de 30 kms. Todavía recuerdo cuan do mi madre Bibiana me decía que de pequeñito me preguntaban que como me llamaba y yo contestaba: Felisín Millán “Herrerro”.

De Hontoria poco recordaría, si no ­fuese por ser paso obligado entre Soria, y Burgos. Sin embargo, remontándome a mis primeros años, vienen a mi mente los recuerdos de dos accidentes, que yo consideraría graves, pero que no debieron de serlo ya que de ninguno ­debió enterarse el médico. Uno fue con motivo de la recogida del ganado al atardecer y yo huidizo y alocado a mis tres años a cuestas, corrí de un lado a otro de la calle por donde pasaban las caballerías sueltas Y en mi volver tornar atolondradamente, fui atropellado por un caballo. El .susto debió de ser mayúsculo, ya que después de muchos años lo recuerdo con bastante precisión. El otro percance ocurrió en los cerros de la Fuente de "La Camarera" donde .sufrí una caída que a mi se me antoja, equivalente por lo menos, a un primer piso pero que quizá la realidad se aproxime más a la altura del asiento de una silla. También fue, al parecer, mucho más el, ruido que las nueces.

Aunque muy veladamente, tengo la i­dea de que mi madre, desde muy pequeño me llevaba a la escuela, una escuela vieja ­fea donde mi madre estaba al frente de más de 100 chicas, y este dato no está abultado por mi fantasía infantil. No habían hecho todavía el hermoso frontón actual y me a­cuerdo que se jugaba a la pelota en la pa­red de la iglesia, .delante de la farmacia. También sé que mi casa tenía dos puertas, una daba a la carretera y tenía tres escalones de entrada, después había un pasillo largo y por unas escaleras, antes de llegar a las habitaciones, se bajaba desde el pasillo a las cuadras y leñeras, y abajo tenía otra puerta que daba a la bajada de la Iglesia, El pueblo tenía dos barrios: el de la­ carretera o de arriba y el de la Iglesia o de abajo, tenía la ermita de San Roque y estaba circunvalado por el molino, el pinar al norte, el paraje de "Las Nieves" al oeste, la provincia de Soria al este y la sierra de Costalago al Sur, y hasta podría citar a algunas personas y vecinos, entre ellos, a mis primos Anatolia y Félix, que fueron un poco a la sombra de mis padres, y donde ­instalaron una sastrería y les nacieron también dos hijos, Aurora de la edad de Gaudi y Santiago algo más joven que yo; también recuerdo a los comerciantes familia de Grado a Teodoro Muñoz que tenía otro comercio frente a nuestra casa y pocos más. !Ah! Y ¿cómo ­no? también de las dos cabras que teníamos: "Rocera" muy mansa y "Guruguina" muy arisca y que ésta abortó, precisamente el día que yo cumplía los 5 años Y hubo Que sacrificar.

Años después, cuando yo leía "Horas de Vacaciones”, del P. Muiños, mi imaginación centraba las escenas que leía en aquellos lugares de mi primera infancia en Hontoria y más concretamente en la casa que vivía.

Sé que mi padre, pese a su calidad de "aviador" (de la casa) y debido a su dinamismo, en Hontoria, como a lo largo de toda su vida, estuvo en continua actividad, y ­allí tuvo cabras, ovejas y llegó a tener hasta más de veinte vacas. Entre sus muchas actividades, sin duda alguna, la de ganadero era la más específicamente suya.
Por entonces Hontoria, con una población aproximada a la actual, tenía dos escuelas. El maestro, compañero de mi madre, ­era D. Miguel Álvarez de Eulate, esposo de mi madrina. Allá en la lejanía, le recuerdo como un hombre jovial, muy bien presentado, con un estupendo sentido del humor y muy simpático. Dñª. Petra, su esposa, estaba ejerciendo en la provincia de Cuenca, y para juntarse con su marido en Hontoria, tenía que quedar vacante, la única escuela de niñas que había y, que a la sazón, regentaba mi madre. Nuestra amistad, era muy grande, no solo como compañeros, sino que .ya ve a de los padres de Dñª Petra: el Sr. Peñaranda y la Sra. Gre­goria, que fue nuestra primera nodriza, hasta encontramos a las "madres Vicenta y Bibiana", y mi madre no dudó en dejar vía libre para que se pudieran cumplir sus justos deseos de juntarse el matrimonio, para lo cual solicitó mi madre en el Concurso de traslados en el que nos dieron Quintanar de la Sierra. Este detalle de mis padres que .posibilitó juntarse el matrimonio Álvarez de Eulate-Peñaranda en Hontoria jamás lo olvidarían y fortificó los vínculos, ya muy fuertes, de nuestra vieja amistad.

Aunque mis pocos años impidieron ­asimilar con vivencias personales, ciertos ­acontecimientos familiares, no por eso se han de silenciar ya que son lo suficiente­mente transcendentes como para configurar ­mi vida de aquellos años. Entre 1.918 y 1922 fallecieron mis abuelos maternos en Hontoria, mi abuelo paterno en Narros y mi tío Leoncio en Madrid. Son sucesos que no se ajustan ni se apropian a una mentalidad infantil con el valor reflexivo que aplica un adulto.

Mi abuelo Dionisio Herrero, padre de mi madre, a quien le denominaban, según ­oídas, "el tío Patitas" por tener los pies ­torcidos hacia dentro y deformados. Era Maestro de escuela y había nacido .en el Cubo de la Sierra. Yo conocí más de ó0 años después de su muerte a un discípulo suyo, el padre ­del sastre Martiniano de Burgos. También en Hontoria está enterrada mi abuela Higinia, ­madre de mi madre. También el año 21 murió ­en Narros mi abuelo paterno Manuel Millán.

23 Años después, reposarían los restos de mi padre junto a los de mi abuelo y padre suyo. Mi abuela Juana había muerto unos años antes.

Pero quizá el de mayor transcendencia fue el óbito de mi tío Leoncio en Madrid. Era el ú­nico varón de los cinco vástagos, de mis a­buelos Dionisio e Higinia, cuyos cinco hijos fueron: Engracia, Severiana, Felisa (mi madre), Paca (de la que no supe nunca nada mas que el nombre) y Leoncio que era el más jo­ven y el que estaba al frente del negocio de Imprenta y Librería Herrero, que no ha mu­chos años montaran unos tíos en México. Estando el tío Leoncio al frente del negocio ­prosperó asombrosamente. Mi tío se casó con la tía Felisa, de cuyo matrimonio no hubo hijos. Él falleció muy joven y muy pronto y dejó un negocio floreciente y una golosa herencia. Lo importante radica, en que mi tío sentía una especial predilección por mi madre y por eso en igualdad de condiciones hubiera ­podido darse el caso, y muy probable, que el privilegiado habría sido yo, pero mi edad de tres años me incapacitaba, el negocio no po­día abandonarse y mis primos Escolástico y Donato, mucho mayores que yo a los que ya se les había llevado a la capital azteca previamente para colocarles con él fueron los afortunados "quinielistas" y los actuales millonarios. Eso son gajes de ser el "benjamín" familiar.

Mi tío Leoncio a sus 28 años dejaba una fortuna, en usufructo para la viuda la tía Felisa, que más tarde se casó con el médico, que yo conocí con el grado de Comandante médico. La "tía Felisa", aunque va entrecomillado no es con carácter agresivo o peyorativo, lo que pasa es que no la conocíamos y siempre la llamábamos entre nosotros así, y los pocos contactos que con ella tuvo mi familia fueron siempre muy correctos por ambas partes. Pues bien, la susodicha tía vivió muchos años, los suficientes para que aquella macroherencia del año 22 se convirtiera en una miniherencia en el año 1.970 que llegó a nosotros.

En Salas de los Infantes, ejerció mi abuelo Dionisio y allí vivía también mi tía Severiana y con este motivo Petra pasa­ría muchas temporadas en casa de mis padres, con sus consiguientes celos de mi tía Severiana que, a veces se sentía ofendida porque Petra decía que quería más a mi madre que a la suya.

Otro personaje, que tiene que sa­lir en el escenario de mi vida, y desde mis primeros años, aunque inoperante, es mi hermano Lucio. Era hermano de padre, ya que fue fruto del primer matrimonio de mi padre con Dñª Filomena Cebrián Perezcano, pues, como he dicho mi padre casó en segundas nupcias con mi madre. Lucio me llevaba 14 años y su intranscendencia radica en nuestros pocos años a pesar de la diferencia de edad. Con el interés natural de sus tíos maternos que quisieron darle salida o carrera, aunque dicho sea de paso, no estaban capacitados para esta misión, pese a sus buenísimas intenciones, se lo llevaron y después de unos años mal aprovechados volvió a casa para ser uno más en el concierto familiar.

A estos orígenes difusos, confusos y semiperdidos en La lejanía de mi vida podríamos llamar mi prehistoria personal.

Como complemento de Hontoria, narraré aunque sea brevemente, algo sobre la Hinojosa, pueblo de distinta provincia (So­ria) agregado a Espeja de San Marcelino y muy pequeño. No puedo precisar el tiempo ­que duró mi lactancia, pero si que este pueblín ha dejado un grandísimo e inolvidable recuerdo en mi.

La familia de mi madre Bibiana la formaban ella y su marido el Sr. Diego y tres hijos varones: Quinidio Nicolás y Roberto, éste dos años más joven que yo y al que más unido estaba. Por otra parte mi nodriza tenía Una hermana la Sra. Teodosia, a su vez casada con el Sr. Delfín hermano del Sr. Diego y que entre los varios hijos que tenían estaban Apolonio y Ele (Eleuteria), esta un año mayor que yo y por lo tanto tam­bién muy unidos. Vivían del campo y sobre todo de la ganadería lanar y la fiesta de San Juan la celebraban en casa del tío Delfín con una envidiable unión que más de una vez­ oí ponderar a mi padre. La fiesta resultaba­ animadísima, los pequeños íbamos a dormir al desván y más de una vez nos caímos de los ­camastros en los montones de trigo o cebada ­que almacenaban en el somero. Yo tuve allí muchos amigos desde pequeñito. En la gente ­veía mucha simpatía y cariño y mis delicias ­eran esperar con la mayor ilusión la fiesta­ del Santo Bautista. Para mí el mundo acababa en las pequeñas lomas que el pueblo tenía al Sur. Mi nostalgia por La Hinojosa no podía silenciarla.

No puedo silenciar a Narros, el pueblo de mi padre y sus antepasados, donde ­están nuestras raíces familiares, por lo tanto en cierto modo también mi pueblo. Mi padre, entre sus cualidades, que yo veía muy positivas; era un hombre progresista, no en el sentido político, sino en el sentido humano. A pesar de ser labrador, le gustaba mucho viajar, tenía un excelente don de gentes y por el hecho de estar casado con maestra, le daba la oportunidad y posibilidad de dis­frutar de un veraneo, que no lo tenía todo ­el mundo entonces y era un auténtico lujo; pues bien, los veranos íbamos a pasar un mes a Narros, no a la playa ni en plan de ocio, sino a ayudar en las duras faenas de la recolección del cereal a su familia, ya que entre otras de sus cualidades humanas era un ser muy familiar y a su modo y manera era una especie de patriarca familiar, de tal manera que el trabajo y el veraneo lo convertía en unas auténticas vacaciones de placer, ya que para mi padre el trabajar, el ser útil a los demás era un verdadero gozo. En Narros tenía a su hermana Elena y a su hermana predilecta Andrea, donde íbamos a veranear. Esa predilección se debía, aparte de su simpatía y compenetración personal y recíproca, a que la casona de "Los Quintanas" Que habitaba mi tía era de los dos hermanos y quizá otro factor determinante era el hecho de no tener hijos mis tíos. La tía Elena ocupaba un segundo lugar, debido además de los asuntos cita­dos a que estaba casada con el tío Tomás A­rancón a quien la gente por su genio avinagrado le llamaban el "tío Toledo", además estos tenían cinco hijos, ya en aquella época­ algunos casados. Sé que íbamos por nuestra ­cuenta, pero muy poco de aquellos veraneos ­del primer lustro de mi vida. Muy difusamen­te parece que veo como mi prima Guillerma atusaba el pelo a mi tía Elena en las postri­merías de su vida, en el balcón de su casa.

Hecha este, alusión a Narros, me o­bliga a dar una reseña de mis antepasados­ aunque sea en la sombra de lo desconocido.

Ya he dicho que era el "Benjamín" familiar pero no solo en la rama de los Herreros sino también en la de los Millanes, causa por la que no conocí o no recuerdo absolutamente nada de ninguno de mis cuatro abuelos. Mis abuelos paternos eran de Narros mis bisabuelos, descubiertos después de mi jubilación, creo que los cuatro de la rama paterna, también eran de Narros, mientras que los cuatro de la rama materna eran de distintos pueblos de la provincia de Soria, (Cubo de la Sierra, La Losilla, El Royo y San Andrés de Soria)

Por fin llegó el verano de 1.923 y a mi madre la dieron en el Concurso general­ de traslados, Qintanar de la Sierra y en septiembre nos trasladamos. Yo no me despegaba de mi madre con la ilusión y el temor de ver el nuevo pueblo. Fuimos en carro los 20 kms. que separan los dos pueblos y en el pi­nar, podríamos decir que está el mojón que marca el límite frontero entre las dos primeras etapas o pueblos de mi vida.
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Al otro lado de ese mojón esta.... Quintanar de la Sierra.

domingo, 19 de abril de 2009

Prólogo

PRÓLOGO

Jubilado, pensionista, retirado, 3ª edad y hasta "edad de oro", según algunos es mi estado actual en 1.985.

Edad de nostalgias, de recuerdos. Se dice que el joven vive de ilusiones y el viejo de recuerdos; pues bien, acogiéndome a este aforismo he caído en la tentación de repasar mi vida y escribir mi pasado, es decir, plasmarlo en un libro ¡qué osadía! ¡escribir un libro! ­sí, y por difícil que esto sea, todos tenemos tema para ese libro, aunque lógicamente falle ­la literatura, la ortografía, el orden, la ex­posición y por supuesto el hacerlo.

La primera dificultad es titularlo, aunque parezca tan simple. Como cuando nace un niño bullen los nombres, pues aquí lo mismo. Se llamará ¿"mis memorias"? me parece demasiado ­manido, un tanto acomodaticio, parcial y autoadulador. ¿"Mis recuerdos"? da la sensación de que va a describir más o menos ampulosamente ­los importantes sucesos de mi vida, en el su­puesto de que los haya. ¿"mi pasado"? aunque­ en realidad eso es, parece que le falta proyección de futuro. ¿"pinceladas autobiográficas"? título original, pero nada más que eso. ¿"Mis confesiones"? yo creo que es el que mejor encaja por varias razones: 1º porque en la vejez creo que tiene un valor de examen de concien­cia y es una rendición de cuentas para no pre­sentarse ante el Sumo Juez, si es posible, con las manos vacías. 2º Ante mi familia a la que ­debo unas verdades que se expondrán mejor como confesión que como memorias. 3º porque tengo ­la idea, al menos así me lo parece a mi que ­las confesiones tienen más obligación de ex­poner la verdad, que, unas rutinarias memorias ­o un relato de recuerdos.

Por lo tanto, es mi propósito ser obje­tivo; no digo veraz y justo, porque para mí, ­fuera de Dios, todos esos valores, siendo muy­ importantes, no dejan de ser muy relativos. Y­ la objetividad de que me jacto, temo que muchas veces, (aunque sea involuntariamente) sea un mito, pero eso, querido lector, es muy humano; recordemos la “guerra de las Galias" de Julio César, estupenda obra histórica, pero se la tacha de subjetiva; recordemos el espejo de la madrastra de Blanca Nieves, ese espejo que­ es el tuyo, el mío y el de todos, o aquello de que los árboles, no dejan ver el bosque, 0 ­el pasaje evangélico de que vemos la mota en ­el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro, pero repito intentaré narrar mis recuerdo, mis alegrías, mis penas, mis ilusiones mis fracasos, mis sueños, mis proyectos, mis realidades, mis viajes, mis hobbis, mi familia, mi entorno, mi profesión, etc. tal y como yo lo recuerde y con esa intención de confesión.
Será libro inconcluso. para mi y para los míos, y espero que alguien lo termine adosándole el último capítulo, que por supuesto no podré terminar, porque para entonces ya habré traspasada los umbrales de la muerte.

Este libro que es mi vida, de la que he de dar cuenta a mi Creador y Él así me lo demandará.

F.M.H.

sábado, 18 de abril de 2009

Aquí estamos


Voy a intentar escribir por capítulos la vida de un señor que murió hace poco.

Comprobaréis que tenía una memoria estupenda para los nombres y para la geografía.

Se pasó muchas... muchisimas noches escribiendo estas "confesiones" hasta las tantas de la madrugada.

No es una novela para publicar. Pero tanto trabajo creo que no se puede perder sin que alguien lo lea.

Resultará mucho más interesante para los que le conocen, que ya van siendo pocos... (murió a los 90 años y se "llevó por delante" a la mayoría de sus conocidos).

No obstante creo que el relato puede resultar entretenido para cualquier extraño.

Aviso que es una persona de profundas convicciones religiosas y de mentalidad de derecha moderada. (Participó en la guerra en el bando "nacional", porque así le tocó, pero sin odios ni rencores).

Murió después de un período de ¡6 años! de invalidez casi absoluta (no podía ni hablar), pero siempre con una sonrisa para el que le iba a visitar.

Era... mi padre.

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NOTA:

La historia y todos los nombres que aparecen SON REALES.

Puede gustar especialmente a las personas mayores relacionadas con pueblos de Burgos y Soria (Hontoria, Quintanar, Narros, Tejado...).

También a otras personas que le conocieron como compañeros en la guerra y en su labor profesional. Para todos ellos, un saludo y un recuerdo en algún rincón de éstas líneas.

Si alguien se siente ofendido o molesto por aparecer en esta historia, que lo comunique y será inmediatamente retirado su nombre y sus referencias.

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nací el 24 de febrero de 1918 he muerto en 2009 pero esta historia la escribí yo.