domingo, 7 de junio de 2009

QUINTANAR FINAL

Mi madre siempre decía “mi ­Lucio" y, como prueba, valga saber, Que en año 29 la Condesa del Val, de Madrid, hizo una almoneda interesante. Nosotros nos enteramos por D. Vicente y Dª Julia y éstos por una tía suya Que había estado al servicio de la Condesa del Val. Entonces D. Vicente y nosotros compramos algunas cosas de cierto valor; entre otras, un juego de cubiertos de ­plata con su escudo nobiliario y dos colchas de seda con una de las cuales, según tradición familiar había dormido el Rey Alfonso XIII. Pues bien, mi madre no paró hasta com­prar otra colcha de seda para que tuviéra­mos una colcha de seda cada hermano, sin es­pecificar cual había de ser para cual. Cierto es que Lucio correspondió al cariño de mi madre, como un hijo más, llamándola siempre madre y saliendo en su defensa cuando los o­tros dos hermanos la faltábamos al respeto. Esto hacía que le quisiéramos mucho pero al mismo tiempo le respetásemos casi como a mi padre y reconociésemos que fue un eficaz co­laborador en nuestra educación hogareña.

Más podría decir de aquellos tiem­pos felices por ser de niño, donde la vida ­me sonrió. Mi hermana Gaudi era ya una jovencita de 13, 14 y 15 años. Allí hizo sus primeros pinitos en sus flirteos adolescentes, ella recuerda todavía aquel alternar con Al­fredo Blanco, hijo de la Sra. Elisa, con ­Eduardo Magallón, hijo de Ayudante de Mon­tes que, residentes en Burgos, veraneaban en Quintanar y que años después de terminar la carrera, moriría víctima de la Guerra Civil española por el mero hecho de ser de izquierdas o menos todavía, por tener una colocación a la sombra de un jerarca provincial ­de la República. Yo por mi parte presumía­ de mirar a una chica de diferente manera que a las demás. Se llamaba Enedina y vivía detrás del Ayuntamiento. Ambos teníamos 11 años.

Antes de dejar Quintanar, diré algo de los contactos con nuestra provincia: de Soria. Las visitas a La Hinojosa, por San Juan eran más distanciadas que al principio y concretamente desde los 8 años no ­había vuelto. Tenía explicación, yo iba ha­ciéndome mayorcito, ya no era el bebé del ­regazo de mi nodriza, que nos seguíamos queriendo mucho; por otra parte, el viaje desde Quintanar resultaba francamente incómodo, para pasar dos días de fiesta, teníamos que desplazarnos en burra y andando 32 kms. De ida y otros tantos de vuelta, lo que suponía 13 o 14 horas a través del Pinar y travesía de la Sierra de Costalago.

Los veranos, por lo menos 15 días, solíamos ir a veranear a Narros, siempre co­incidiendo con la recolección de los cereales. Ya hemos dicho que mi padre, gozaba trabajando en la siega, el acarreo y la trilla­ y a mis tíos Daniel y Andrea les venía como anillo al dedo aquella afición de mi padre, además llevábamos suministro para nuestro consumo, en estas condiciones era tener una verdadera "bicoca" tener un agostero como le tenían mis tíos con mi padre.

Mi madre acompañaba a Dña. Leandra, mujer de escasa cultura pero de delicadísimos modales. Era viuda de un militar, este Comandante la dejó viuda y sin familia y ella escogió aquel lugar y aquella familia­ sin hijos que eran mis tíos, para el resto de sus días. Tenía familia lejana en el ­pueblo, pero el tío Aquilino tenía muchos hijos y ella prefirió la paz de este hogar. Vivía su independencia era sumamente escrupulosa, poseía una gran paciencia y era muy dulce y agradable.

En mis postrimerías serranas, el ­año 29, tenía yo 11 años y mis padres decidieron que empezase a estudiar y me matricu­laron para examinarme de ingreso en septiem­bre en el Instituto de Soria, con la mala suerte de que suspendí y como era septiembre perdí un curso. De este suspenso no culpo a mi maestro, ni a profesores del Tribunal, ni a mis padres, ni a mi mismo, sin embargo me dejó un fuerte “amargor de boca”. Enfrentado de alguna manera con la vida, yo, como ya he dicho me había creado un complejo de timidez y de inferioridad a consecuencia de mi tartamudez, que estoy convencido que fue la principal causa de mi fracaso y que había de in­fluir mucho en ulteriores ocasiones. Al año siguiente y en junio nueva intentona y no digamos con miedo sino con pánico, aprobé, pero era tal el temor que llevaba que no me dejó saborear la alegría de aquel aprobado. Pasó el verano y para septiembre ¿dónde? Yo había cogido miedo a Soria, por otra parte otros dos de Quintanar Delfín Bartolomé y Heliodoro Medrano iban a estudiar a Aranda y­ aquí se hizo el traslado de matrícula.

Para mi Quintanar simboliza a pe­sar de todo, un rinconcito del Paraíso Terrenal, aunque no se conjugue bien con aquellos encadenados y originales dichos sobre la zo­na serrana: Canicosa, mala cosa; Regumiel, mala piel; Vilviestre, mala peste, Quintanar mal hogar, dichos sin sentido pero que tanto se pegaban al oído. ­

Y antes de cerrar el capitulo de Quintanar, haré o completaré, como dirían ­los franceses "le portrait" de mis hermanos y especialmente de Gaudi. Los tres hermanos éramos muy distintos, era natural; Lucio era Cebrián, Gaudi Millán y yo Herrero sin em­bargo era una fraternidad armónica, repito que Lucio era el hermano mayor, en toda la extensión de la palabra, Gaudi a quien yo ­llamaba ”mi chacha" hasta bien entrados los 9 años y después durante muchos años la llamaba Dosia; el decir que era Millán era decir buena moza, guapa y tranquila. Era el ­momento de su pubertad y adolescencia lo que le daba ese carácter de rebelde y desobediente hacia mi madre, de la que de todas formas era muy distinta y había poco entendimiento, Nos peleábamos mucho, pero no nos acertába­mos si no íbamos juntos a todas partes. Yo me pegaba más a las faldas de mi hermana que a los pantalones de mis amigos. No le tiró mucho el estudio, pero tenía bastante habi­lidad para las labores y la música, ella también era miembro-aprendiz de la rondalla de la Sociedad de Padres de Familia.

Yo seguía siendo el charlatán y un poco el chivato de mi hermana y el agen­te informativo de lo intrascendente en ca­sa. Mi desarrollo seguía siendo muy tardío.

En septiembre de l.930, íbamos los tres estudiantes a Aranda. A mi me acompañaba mi padre por ser el pipiolo de la cuadrilla o mejor dicho del terceto. Todavía volvería a pasar las Navidades 1.930-31 para definitivamente salir el 7 de enero de 1.931, para muchos años.

Pasarían como el que no quiere la cosa, nada menos que ¡37! años para volver a Quintanar. Sin embargo siempre se mantuvo viva la llama del recuerdo a lo largo de tan extenso período de tiempo y la ilusión y el deseo que nunca llegaba de volver a correr, o ya visitar los parajes de mi infancia.

Allí quedaba un cúmulo de ilusiones y recuerdos imborrables de la infancia que llegaron a convertirse en recuerdos de viejo, pero de viejo ilusionado.

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Datos personales

nací el 24 de febrero de 1918 he muerto en 2009 pero esta historia la escribí yo.