miércoles, 11 de noviembre de 2009

SORIA IV

Los sufridos audientes de esta modalidad musical, no debía resultar muy armoniosa.

A su vez, la pandilla iba aumentando: Daniel, Alejandro, Pepe Pascual, Serafín, etc. Entre nuestras actividades de aquella primavera del 34, estaba el ir a jugar a la pelota al vecino arrabal de Las Casas de Soria. Al principio no fue la cosa mal, pero pronto los chicos del pueblo mostraron su hostilidad hacia nosotros, quizá a causa de unas rencillas de un lechero conmigo, lo cierto es que el segundo domingo tuvimos que hacer la retirada, éramos 4 y quedamos en volver, para lo cual les desafiamos. Efectivamente, después de una semana de preparación, volvimos 9 y tuvimos una auténtica batalla campal en las afueras del pueblo, adonde les llevamos en una fingida retirada, para darles la batalla fuera del pueblo, de la que salimos victoriosos. Volvimos otros domingos hasta demostrarles que no les teníamos miedo y todo esto a costa de peleas constantes en su propio terreno. Aquello era una auténtica guerra de pandillas para la que nos preparábamos y entrenábamos con hondas y tiragomas. El episodio más importante de aquellas escaramuzas fue un día que, simulando de nuevo la retirada nos siguieron hasta un cerro, donde repentinamente les atacamos cuando menos lo esperaban y se daban por vencedores. En este ataque uno de ellos, precisamente el citado lechero, se refugió en un carro de tableros que estaba volcado y ciertamente que las pasó “canutas” pues el susto se lo dimos cuando él se vio atrapado y que sobre el carro caía una auténtica lluvia de piedras como naranjas o melones y ante el temos de perecer aplastado salió con las manos en alto y no se le hizo nada, creo que ya llevaba bastante castigo con el miedo que había pasado. Se le dejó en libertad y también creo que fue lo que les hizo ceder en aquella obstinación de no dejarnos jugar en su campo.

En la primavera hicimos también una merienda, que bajo el punto de vista gastronómico debió de ser algo así como irse a comer un bocadillo al campo, pero sentimentalmente fue un momento feliz. Nos sentimos tan románticos que hasta ideamos grabar los nombres o iniciales de nuestras compañeras, que no eran otras que Teodora, Luisa y Eulalia. Es también un momento importante en ese infantil idilio, porque marca el final de una etapa y el principio de otra, concretamente por parte de Santiago y Ronco, que inician el declive.

Fuera de la pandilla y al margen de la misma conecté con otros amigos; Pepe de Almenar y Teódulo Modrego por la circunstancia de estar a pupilo de estudiantes en casa de Eulalia, de los que me llegué a sentir al mismo tiempo y en alguna ocasión, celoso, sobre todo de Teódulo. A este le hice yo fumador, pues en una ocasión le ofrecí un pitillo con insistencia y que él se resistía a aceptar, pero lo cogió y al mismo tiempo le insinué que se tragase el humo; como no supiese cómo hacerlo, le dije que teniendo el humo en la boca, absorbiese con fuerza y el resultado fue que a poco “echa las tripas” tró el pitillo y dijo que no volvería a fumar. Cuando volvió en septiembre se fumaba la cajetilla entera.

Llegó el verano y de nuevo volví a veranear una temporadita a Villalmanzo. Todavía me quedaba el buen gustillo del verano anterior y el recuerdo de Martina; pero este verano sería Esther González Valdivielso la ­que ocupó ese lugar preeminente en mi afecto y a la que llegué a querer de verdad. ¿Y Eulalia? sí, Eulalia seguía siendo el idealismo, Esther el realismo. Eulalia seguía siendo el ídolo al que adoraba, pero me sentía incapaz de manifestarle mis sentimientos, a Esther por el contrario le, llovían las palabras que

salían por mi boca a raudales. Yo creo que ese sueño dorado de Eulalia necesitaba, incluso ­exigía estas relaciones con otras chicas, para poder hacer o decirle a ella otro tanto, ­para que pudiese sonar el despertador que me espabilase del ese sueño platónico, Y profundo El caso es que Esther y yo a pesar de nuestros ­14 y l6 años respectivamente quedamos muy apalabrados, aunque no saliese fácilmente aquella palabra de “novios”, además esta palabra .todavía; inmadura me hubiera sonado a sacrílega, recordando a Eulalia.

José Luis tenía 3 añitos, y se entendía muy bien conmigo, aunque a veces mi carácter de chiquillo, gastase, bromas inadecua­das, o pesadas. Bebía mucha agua y tenia que ­ser, yo el que se la diese . Un día le dí a be­ber como casi siempre en el botijo, y según bebía por el pitorro pequeño yo soplé por el grande, ¡qué rato pasó el chiquillo! Otro día le dije ¿Quieres fumar? y el me contestó:

."pando sea ganón como, tu me zumaré un fumado", pero yo le insistí y conseguí oue absorbiese un poco, lo suficiente para pasar un ratito como el del agua. Y luego lo sentía de verdad el hacerle pasar esos ratos al chiquillo, que a pesar de esto no se separaba de mí y cada ­vez me quería más, y por supuesto que yo a él.

Entre bajar a Lerma, alternar con chicos, dedicar mis ratos a Esther, juguete­ar con mis sobrinos, pescar y fiestas se pasó mi estancia veraniega en Villalmanzo y regre­sé a Soria para empezar el curso 1934-35.

Este curso teníamos Física con D. Guillermo Mur un profesor joven, que había militado en Las filas del Partido Republicano Conservador, por lo que se conocía mucho­ con mi padre, aunque posteriormente se había pasado a la CEDA. Era un fervoroso católico, cumplidor de su deber y de modales muy suaves. No me iba a mí muy bien la Física, Pero salí adelante con ella y con notable. También teníamos Biología e Historia con Anselmo Plaza el "Piri", también bastante joven. Tenía Farmacia en los soportales y era bueno y blandengue con el curso.

Nada más empezar el curso, el 8 de 0ctubre, tuvimos una .vacación improvisada: había muerto nuestro gran sabio D. Santiago Ramón, y Cajal.

D. Manuel Alba nos daba Psicología y lógica. Era un hombre maduro, alegre y extremadamente. galante con las chicas. Yo no sé cómo se pasó el curso con él, pues no nos enteramos ni de qué trataba esta asignatura, Pero el caso es que al fin aprobamos.

El grupo de comañeros iba variando. Julio Jiménez y su primo José Largo Jiménez, habían incrementado el número de compañeros, eran, de Fuentestrín y excelentes compañeros. Ibáñez de Agreda, ex-seminarista y ya mayor, Domingo Delgado, Francisco Caballero de Ciria, los Hnos. Herrero Rioja de Covaleda y otros habían engrosado el curso, en cambio teníamos varias bajas, entre ellas la de Felipe Morales, Francisco Guillén, etc.

Estos años estaban en casa como estudiantes mi prima Purita y Emilio Cebrián, primo de mi hermano Lucio. A esta parejita, Santiago y yo les tomábamos un poco el pelo pues eran más jovencillos que nosotros y ellos en­tre sí de la misma edad también por aquel en­tonces, pasaban sus temporaditas Antonio Peña­randa y Benito Cebrián, estos ya mayores que ­nosotros y que ninguno de los dos se harían viejos, pues murieron en torno a los 30 años. También Guillerma y familia eran asiduos convivientes, entre toda clase de parientes, pues ya hemos dicho que mi casa era la casa de to­dos, tanto es que hasta el Sr. Antonio Neila ­entonces alcalde de Carrascosa y al que no nos unía ningún parentesco, pero que en una de las ocasiones se tiró en casa 8 días por una gran nevada que dejó incomunicada gran parte de toda, la provincia da Soria.

Ronco había abandonado sus pretensiones con Teodora y ahora era Carmen Jodra la que absorbía los sesos a Ronco. Santiago también había hecho la retirada y mariposeaba indistintamente según las conveniencias, yo era el que seguía soñando.

El caso de Ronco y Carmen era originalísimo Teodoro era un chico alto, 5 meses menos que yo tímido y despersonalizado por sus padres. Estos le prohibían terminantemente, ir con chicas, en este caso con Carmen, y la verdad es que se querían mucho. Ronco temía a su padre, que era carabinero, y ese temor le obligaba a cumplir las órdenes bastante tiránicas, entonces ellos no se hablaban sino que se escribían y al llegar al instituto por la mañana, él le metía el papelito entre los libros, y ella, se lo metía en el buzón de su chaqueta, que era el bolsillo de arriba. Por amistad, ­ ayuda y colaboración dio lugar este nuevo li­gue a que Leoncio y yo acompañásemos a Carmén Millán y a Fe, que eran de la misma cuadrilla de Carmen Jodra y mi prima Carlota, quien no hubise tenido inconveniente en que la hubiese acompañado yo.

A nuestros 16 y 17 años, teníamos por costumbre el estar estudiando hasta las 7 de la tarde y luego desde las 7 hasta las 9 de paseo. Era costumbre en Soria que a los bailes de las bodas, al menos a la mayoría, se pudiese entrar libremente, con el fin, de estar más animadas, y nosotros al salir a las 7 nos hacíamos el recorrido por los bailes de ­Soria por si había alguna boda y si no al paseo por El Collado hasta las 9. Despues solía entrar en La Amistad, que era uno de los casinos de sociedad y del que era socio mi padre con el fin de leer la prensa hasta las 9,45 ó las 10 que era la hora que mi padre tenía pa­ra subir a cenar puntualmente a las 10. Era un horario un tanto flexible, pero eso sí a ­ las 10 a cenar entre mis lecturas de prensa, leía de todo: “El Sol”, “Luz”, y “Heraldo de Madrid” que eran de izquierdas “ABC” y “el Debate” de derechas.

Por entonces todavía no me entraban los artículos de fondo, yo más bien iba a la información y así fue como llevé yo al día la guerra italo-abisinia y allí se me hicieron ­familiares los nombres de los generales; Badoglio, graciani, el Negus, Haile Selasie, del Ras, Seyún, de las ciudades de Harrar, Adua, Djibuti, etc. fue el primer gran acontecimiento ­de la historia contemporánea que llevé en regla.

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Datos personales

nací el 24 de febrero de 1918 he muerto en 2009 pero esta historia la escribí yo.