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NARROS
Ya en Narros, el pueblo de mi padre y la raíz inmediata de los Millanes, fijamos nuestra residencia con carácter indefinido.
Fuimos bien recibidos, aunque con ciertos reparos. Mi padre era un hombre importante en Narros, si bien la guerra y la muerte de mi madre eran dos puntos negativos, que sin ningún fundamento, influían en su prestigio social, en la mentalidad de aquella gente. Y entre la familia era, un poco así como un impostor. Mi padre tenía sus tierras, alrededor de unas 70 fincas de secano, 4 linares de regadío, una huerta, un prado, dos montes y una casa vieja, pero estupenda, a medias con mi tía Andrea, con un escudo nobiliario de los "Quintanas", posiblemente uno de los dos mejores de los varios que había en el pueblo. Si todo esto era de él y además iba al pueblo por unas circunstancias dadas por el momento y porque quería mucho a su pueblo, no era injusto que el viviese con lo suyo. Económicamente estábamos bien situadas por lo que mi padre no cogió la tierra, sino con el fin de pasársela a la familia, ya que la llevaba un rentero estraño a la misma, el tio Leandro pero que al fin y a la postre mi padre tan familiar prefirió que la llevasen los suyos y así la cogió en aparcería con mi primo Eleuterio.
El ambiente recoleto y tranquilo del pueblo, sin luz eléctrica, empedrado todo
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el pueblo, un mal camino vecinal tortuoso y polvoriento le unía a la capital a través de sus 17 kms. Yo tenía los 19 años recién cumplidos y por diversas circunstancias me hicieron ingresar en la cofradía de los mozos. Se pagaba un duro y se adquiría el derecho de alternar con ellos, taberna, ronda, bailes. En nada participaba yo por la muerte de mi madre y por el momento. Un día, me insistieron y fui a una ronda, con motivo de ir a la cena que el Mayordomo de turno, el Sr. Félix Bachiller daba a los mozos la víspera de San Juan. La ronda he de decir que me emocionó. Ibamos Agustín, Pablo, Emiliano (que después murió en el frente) Félix Sanz, el Cojo y pocos más que eramos el total, los más jovencillos y al mismo, tiempo casi los jerarcas de aquella minúscula mocedad de la que nos quedaba como alcalde Juan que era de la quinta del 30 (28 años) quinta que por edad de mayores no había sido llamada todavía. Los demás, como en todos los pueblos, estaban en el frente. En plan de chicas, alternaba muy poco, pero lo suficiente para que cuajase una corriente de simpatía entre Cinta y yo con la que di más de un paseo; los suficientes para que la suspicacia de la gente y sobre todo las lenguas de las mujeres cotillas encontrasen tema. En esto no se quedaba a la zaga la lagarta de ni prima Francisca que en defensa mía argumentaba que si Cinta era única y rica, no iba mal con su primo. Cinta, en todos los sentidos, era el mejor partido de Narros, y con Luisa, eran las dos más guapas, con una educación un tanto superficial y ñoña propia de una hija única, pero, bastante refinada, un
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tanto huidiza y tímida, pero que a través de estas cualidades se notaba el deseo de que acompañase. Como baluarte defensivo y ofensivo se unió a chicas mayores que ella como Luisa (3 años más), a Ascensión, sobrina del médico (5 años más) a mi hermana (7 años más), incluso a Juanita, la hija del practicante de 12 años más. Todas ellas le podían servir de apoyo, pero había una de la que se sentía celosa, era de Ascensión, que era simpatiquísima, pero tenía 20 años y a esto hay que agregar otros impedimentos, como su inestabilidad en Narros, muy gruesa, una situación familiar confusa, es decir que yo la trataba con mucho atención pero sin ninguna pretensión.
Un día recibimos la penosa noticia de que el día 5 de septiembre de 1936 había-sido fusilado en Málaga mi maestro D. Vicente Martínez Diez, mi maestro de Quintanar de
Así iba pasando el tiempo en Narros entre la tranquilidad del pueblo y los avatares de la guerra que iba arreciando. Llamaron a la quinta del 38. La sanción de Lucio estaba en vías de depuración y así acabó aquel curso, no existente académicamente, pero lleno de adversidades. Los rumores de que van a llamar más quintas se acentúan aquello que
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en julio del 36 me parecía tan lejano, incluso tan utópico que yo pudiera participar directamente en la contienda, se va convirtiendo en un temor, en una realidad que se echa encima a pasos agigantados. Y efectivamente en julio llaman los dos primeros trimestres de la quinta del 39, que precisamente era la mía.
Al principio había muchos voluntarios, se confiaba en una esporádica aventura pero la guerra se había formalizado. Llevábamos un año y los progresos con ser grandes, se reducían a consolidar las posiciones a unas conquistas no superiores a la extensión de la provincia de Burgos, a tomar la iniciativa en las operaciones militares y a tener un Gobierno reconocido por algunos gobiernos extranjeros. Por lo tanto ya había cierto miedo a lo que ya se pasaba de aventura para convertirse en desventura, por el hecho de estarse matando españoles contra españoles con carácter indefinido. En estas circunstancias me despedí de mi familia con la pena natural. Fui a Soria y en los cuarteles de reclutamiento o Cajas de reclutas había un forcejeo recíproco entre los llamados, que para esquivar el bulto se acogían a todo lo acogible, como cortos de talla, pies planos, estrechos de pecho, cortos de vista, enfermedades del corazón, etc. al máximo agarrarse a la trampa que podían. No era fácil conseguirlo pues los de
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de Seguridad en Soria. El día 25 de julio, festividad del Apostol Santiago del año 1937 me despedí de mi padre, allí echaba yo de menos las lágrimas de mi madre y tras este inciso y con las mínimas formalidades legales y con la premura que exigían las circunstancias, salí para Zaragoza donde iba destinado al 5º Grupo de Sanidad Militar y donde llegaba el 1 de agosto de 1937...